La richesse
C’est d’être comprise
(prise par - et avec)
Es ser comprendida
(cogida por - y con)
Aurélia Jarry
A-cuerpo
Desgarrada
Hay que escribir
Para que viva
La ausencia de vida
Hay que olvidar
Que nunca
Lo que falta
Será
Hay que saber
Que no podrá hacerse más
Que desgarrarse
Sobre el papel
Dentro del baile
Y que
No podrá ser más que eso
Vivir
Más allá del satín (I) – La traba
Cojea. Hay un pie, el siniestro, calzado por una punta. El otro cojea. El cuerpo está vestido por un velo color carne. Una vieja enagua como se ponían antaño las mujeres, debajo de los vestidos. Demasiado grande. Flotea. El cuerpo flotea. El cuerpo se sube a la estrada, y se sienta en el piso. Es penoso. Hay que hacerlo. Vendar el tobillo desnudo. El tobillo que cojea. Venda. Venda y está la ira. La ira porque hay que bailar –hay que bailar–, y que otra vez, está, la herida. Siempre, la herida. Paradoja. Que dice – La necesidad – Dolorosa – Honda – Interna – Ontológica. Venda el tobillo y mira a la gente. Está la ira. Se levanta. Penosamente. Se levanta, y, las manos en la tierra, estira las piernas, y los tobillos. Las manos se ponen debajo de las plantas de los pies. Estira las piernas, las dos, cada una a su vez, la punta y la venda, el cañón y la herida. Se endereza. Completamente. Camina. Se coloca. Première. Dégagé. Delante, secunda, atrás. La pierna de la punta, adelante. El cuerpo relaja. El pie de la punta busca otro juego. Se distrae. Se inicia una danza. Una danza. Pero no. No es el baile. Esta danza no tiene, autoridad alguna. Se para todo. Rond de jambe en el aire. Delante, secunda, atrás. Attitude. Brazos couronne. Equilibrio. Se sostiene. Dura. Dura. Equilibrio. ¿Para qué? Se queda. Nada del cuerpo se mueve, vive, respira. Los ojos empiezan a buscar. Nada. Los brazos relajan, sueltan, caen. La pierna se queda todavía. Todavía un poco. Y cae a su vez. ¿Qué es esta pierna fijada en el aire? Hay que caminar. Empieza a caminar. Camina. Camina, mas algo empieza a resistir. Algo resiste a que avance la caminata. Así. La punta se niega a dejar que pase la pierna hacia adelante, para seguir, la caminata. La pierna arrastra hacia atrás, hacia abajo, desequilibra. Hay resistencia enfrente de lo inevitable, y luego, lo inevitable, la caída, la vuelta, en el piso. Encogerse. Reunirse. Entender qué es lo que está ocurriendo. Cuál es ese cuerpo. Cuál es ese elemento que hace traba. Entender – Para enfrentar. Se vuelve a levantar. Vuelve a empezar. Más fuerte. Más fuerte. Con más obstinación. Nada le hace nada. Vuelve a caer. Vuelve a dar la vuelta. Se vuelve a levantar, mira este pie en esta punta, doma esta pierna contra su pecho. No. Nada le hace nada. Se vuelve a centrar. Hay que eyectar esta pierna. Eyecta la pierna, en un estertor. Eyecta, eyecta, en un estertor. Hacia adelante, de lado, la cabeza reveliendo hacia atrás, contrabalanceando esta pierna que eyectar. Y otra vez, hacia atrás, hacia arriba, arrancar esta pierna. Nada le hace nada. Resuena la punta. Y se hace piquete la punta. Y algo otro se hace posible. Algo que se parece a una caminata – tambaleante. Más se hace el piquete más se puede alzar la otra pierna, alto, libre. Hay este balanceo de arriba abajo, de una sobre otra pierna, en otra. La punta vuelve a ser la de la bailarina clásica. Algún arabesque se levanta, baila, cuando, en el lugar del talón de satín, se desliza. Se desliza, y lleva todo el cuerpo en el piso, de nuevo. De nuevo. En tierra. Piso. La idea del arabesque en punta, pero en el piso. Y el satín de la punta que otra vez impide el equilibrio, se desliza en la tierra. Todo se desliza. Nada se mantiene. Se vuelve a levantar. La pierna de la punta se ha hecho rígida, inflexible. Toda la pierna se ha hecho de madera. Baila ella. Gira alrededor de esta pierna, experimenta el desequilibrio del cuerpo en movimiento. Y esta pierna vuelve a ser la de la bailarina clásica. Petits battements, cada vez más rápido, mecánico. Y esta pierna se agota, la agota. Y esta pierna no tiene sentido. No tiene alma. Carne. Se sienta en el piso. Experimenta la pierna con venda. Elástica. Se dobla y se estira, recae en la blandura de la carne. Y la otra es inflexible, rígida. Nada puede con ella. La pierna vendada está desligada adentro de toda la flexibilidad de la mano. La otra no puede más que ser alzada penosamente, para recaer rígidamente, en cuanto se suelta. Esta pierna es la opresión, la camisa de fuerza, la traba, la fijeza, la retensión. Libera el pie ella. Empieza a quitar la punta.
L’envers (I)
Al que sabe
El, es encerrarse en una casa. Entrar en calor. El, es el abrazo de la cama, todo el día. El vaivén de las sábanas al café. Del amor a los libros. El, es el miedo. Mas él, es el abrazo. El de verdad. El que sabe. Hasta el más allá.
Está la tos, el dolor, el insomnio. Pero está el abrazo. El abrazo que lo salva todo, de todo. El, lo sabe. El, sabe esto. Y él tiene miedo. Miedo a él. Miedo al amor –¿qué es eso? El, es el deseo, el escenario, el niño. El, no juega. El, es el niño. El, se juega de él.
El, la espera. Lo sabe. No lo sabe. Le parece lindo. Le parece loco. Es lindo. Es él.
El, sería un regalo. Que él, es sin mañana. El, es el poeta. Goldmund. La necesidad de materia. Dura.
El, ama la danza, igual que su viejo Céline. El, vuelve a leer a Beauvoir, igual en contra de su viejo Céline.
El, piensa que no es nada, no sabe nada, no vale nada. Es que él también, igual que ella, busca con quién vivir, esta materia –sólida–, que no es nada, sin nadie, enfrente. El, es solo. Terriblemente solo. Como todos. Mas él, lo sabe un poco mas. El, lo sabe todo.
El, sabe que podría dejar de estar solo. Ya le pasó, tal vez. Y al contrario de lo que dice él, no engaña sus deseos –no más que ella. Y él, es el compartir. El grande.
El, les tiene miedo a los espejos. Miedo al cuerpo. Al suyo. Miedo al tiempo que pasa, más que al alcohol, sobre la carne. El, sabe que ella también les tiene miedo a los espejos, a la carne que se desborda, obscena. Y por eso, él la llama cuando vuelve a ser, a pesar suyo, este objeto de deseo que no concibe –como tampoco ella–, que lo supera y lo reduce a su propia vergüenza.
El, sabe que ella sabe. El, sabe que ella lo ama. Más allá del tiempo, del espacio, de los espejos, y de la carne que aborrecen.
El, se fabrica títeres para jugarse de él. El, sabe que ella lo sabe. El, sabe su silencio. Su elección del silencio frente a la conciencia del no-conocer. El silencio frente al abismo del error. El, sabe su error. El, sabe lo que busca ella. El, se pierde. Cuando se pierde él, llora por no ser más que un artista. ¿Cómo consolar al que llora por ser artista? ¿Cómo consolar a la hermosura de ser? La vulnerabilidad, la soledad, el abandono.
El, le ha dicho Stig Dagerman. El, le ha dicho, sin decirlo, lo indecible. La insaciable necesidad de consuelo. « Para vos. Tomá. »
Ella quisiera llorar con él, y reírse con él, y hacer el amor con él, en las lágrimas y las risas. Quisiera gozar por él y que gozara él en ella. Quisiera que olvidaran.
Quisiera olvidar.