lundi 25 février 2013

 
 
 
La danse c’est
Dire ce qu’on ne peut pas dire
(ce qu’ils n’ont pas voulu savoir)
 
Parfois
On ne dit pas les choses
Parce qu’on sait
 
Qu’ils ne veulent pas savoir
 
Comment on sait ?
Parce qu’on n’a jamais su que ça
Depuis toujours
 
Je danserai
C’est tout
 
 
 
 
(Photo d'Audrey Lange)





El baile es
Decir lo que no se puede decir
(lo que no quisieron saber)

 
A veces
No se dicen las cosas
Porque se sabe

Que no quieren saber 

¿Cómo se sabe?
Porque no se supo nunca nada más
Desde siempre

 
Bailaré
Y nada más




lundi 18 février 2013

Naissance




Quand je suis née
Ma mère était en train de se battre
Contre les nazis
 

J’ai été déportée
 

De l’amour
 

Jetée
 

Dans la folie des électrochocs







Nacimiento

  

Cuando nací
Mi madre estaba peleando
Contra los nazis
 

Fui deportada
 
 
Del amor
 

Echada
 

Dentro de la locura de los electroshocks

 




samedi 16 février 2013

Encuentro por el tiempo (XXI)

 
Así que él no quería de la «violencia» de ella. ¡Mirá vos! No se lo podía creer. Con lo que había aguantado ella. No. La loca no era ella. Lo único, era decirle que lo que llamaba «violencia» era reacción suya a algo suyo. O más bien reacción a algo que él no hacía. Reacción a su ausencia. A su silencio. Que lo que recibía como exaltación de ella era una llamada. Una llamada a que reaccionara. El. A que dijera algo. A que entendiera algo. Entendió. Entendió eso. Dijo que no había pensado en que algo así pudiera pasar, pero que entendía. Que podía ser. Que entendía que lo que sentía como violencia podía ser el eco que le devolvía ella a su ausencia. A la violencia esa. De él. Y, que entendiera eso, que esa ausencia de él le podía hacer daño a ella, la alivió. Alguna esperanza de retorno al entenderse. Se tranquilizó el tema. Como desarmar una bomba.
 
Cuando volvieron a hablar, después de que se hubieran acostado los alumnos del lugar donde laburaba él, hablaron de cosas banales y bonitas de la vida. Le comentó él de la luna, le la boda musulmana de sus primas, de sus Relojes. Le contó ella de su amiga embarazada que seguía viniendo a la clase de danza. Todo bien. Pero estaba cansado él. Muy cansado. Se desearon buenas noches. Estaba en paz ella. Pudo dormir. Volver a dormir. A la mañana siguiente despertó feliz. Con ganas de estar con él. De compartir con él. De estar abrazada a él. Sabía que tenía él un día largo de laburo. Que luego estaría frito. Que regresaría a su ciudad a pasar la noche con sus amigos de bares. A olvidar. Cuando tenía ganas ella de mantener el hilo con él. Cuando pensaba ella que la tormenta ya había pasado.
 
Esperó a que pasara la tarde. A que empezara la noche. Le mandó un mensajito cuando pensó que estaría en el tren. No contestó. Tres horas después, la llamó. Muy superficial. De nuevo muy superficial. Había salido a cenar con su amigo con edad de casi padre. Estaba más lejano que nunca. El cansancio de los días de laburo. Seguro. No se pudo intercambiar nada. Nada. Como que él estaba harto, y ya. Cortaron. Con palabras vacías. Se llenó de vacío ella. Del vacío de él. Y sintió que no saldría fácilmente.
 
A las 23h mandó un mensajito diciendo que pensaba que no iba a lograrlo. Que pensaba que él no tenía ganas.
No contestó.
 
A las 00h35 mandó un mensajito para preguntarle si dormía.
No contestó.
 
Se pasó la noche en blanco ella. Se levantó para tragarse dos ansiolíticos. No sirvió.
 
A las 5h de la mañana miró una peli: La bella gente. Una película italiana. Sobre una pareja pequeño-burguesa que recoge a una joven prostituta explotada por inmigrada. Que la ayuda con tal que se porte como quieren ellos; que se quede sombra agradecida. Un tema familiar para ella. Volvió a acostarse cuando terminó la peli. Se levantó lo más tarde posible. Y cuando se levantó, se entretuvo corrigiendo un texto en que trabajaba.
 
A las 15h lo llamó.
No contestó.
Pensaba que había ido a comer ostras en el mercado, como de costumbre.
Mandó mensajito él: «Lo siento. No es el momento. Te llamo más tarde.»
Lapidario.
Se quedó paralizada ella. Otra vez el parálisis.
 
Llamó a una amiga. Se puso a escribir. Miró otra película: Pieds nus sur les limaces. Sobre dos hermanas. Una cuidando de la otra – enferma de la cabeza. Muy poética. Mas seguía la angustia. A lo bestia. El dolor de cabeza. Se tomó de vuelta dos ansiolíticos. Y paracetamol.
 
A las 23h35 mandó un mensajito diciendo que había estado enferma. No quería caer en la porquería del chantaje afectivo, mas realmente padecía, y no entendía. No entendía por qué y cómo seguía el silencio de él.
No contestó.
Se acostó ella.
 
A las 00h30 llamó ella. Por más que supiera que estaba cayendo en lo muy patético. Se sentía completamente superada. Al borde del precipicio – y sin paracaídas.
No contestó.
Hizo lo que pudo para dormirse ella.
 
Al día siguiente – domingo – seguía sin la más mínima señal de vida.
Escribió. Lo que le había aconsejado la amiga. Le escribió a él. Le escribió con benevolencia. Con ternura. Esperanza.
Le mandó lo que había escrito por correo electrónico.
Por mensajito, le dijo que le había mandado correo electrónico.
Nada.
Llamó ella.
Nada.
Se sentía tan… patética. Ridícula. Dolorida.
 
Llamó a un amigo que tenían en común los dos. Un amigo de él, que había conocido ella, al conocerlo a él. En el momento en que había ingresado en el conservatorio de arte dramático. Cuando frecuentaba el bar de enfrente de su casa donde hacían esas fiestas a lo Kusturica. Le contó lo mal que estaba. Cómo estaba sin noticias de él desde hacía dos días. El amigo estaba… exasperado. Si seguía portándose así, desapareciendo, huyendo… No podía ser. ¡Obviamente se volvía loca ella! ¡Porque eso que hacía él era para volver loco! Y ya no tenían veinte años. El amigo dijo que lo que más le exasperaba de él, era su indolencia. Y añadió eso, que le llamó mucho la atención a ella: que parecía que no había manera de conocerle. También dijo que ella tenía derecho a dormir – él había sabido de los insomnios de antes. Que no podía impedirle dormir así. La conmovió a ella, todo eso que decía el amigo. Sí que la cuidaba él. El amigo.
 
No llamó. En todo el día no llamó él.
Por eso, antes que acostarse tomó aquella decisión ella: ir a verle a la mañana siguiente.
Miró los horarios de trenes. El boleto costaba mucha plata. Y no sabía si hacer eso no era otra locura más. Sin embargo pudo concederse – a sí misma – que no podía hacer otra cosa. Esperar más. Mantenerse presa del silencio y la desaparición. De él.
 
 
 
 
 
 
 
Rencontre à travers le temps (XXI)
 
 
Donc, il ne voulait pas de sa « violence ». Alors ça ! Elle n’en croyait pas ses yeux. Quand on savait ce qu’elle avait contenu. Non. Ce n’était pas elle, la folle. La seule chose qu’elle pouvait encore faire, c’était lui dire que ce qu’il appelait « violence » n’était qu’une réaction à quelque chose à lui. Ou plutôt réaction à quelque chose qu’il ne faisait pas. Réaction à son absence. A son silence. Que ce qu’il recevait comme de l’exaltation n’était rien d’autre qu’un appel. Un appel à ce qu’il réagisse. Lui. A ce qu’il dise quelque chose. A ce qu’il comprenne quelque chose. Il a compris. Il a compris ça. Il a dit qu’il n’avait jamais pensé que quelque chose comme ça puisse se produire, mais qu’il comprenait. Que ça lui semblait possible. Qu’il comprenait que ce qu’il pensait être de la violence pouvait n’être que l’écho de son absence. De cette violence-là. A lui. Et qu’il comprenne ça, que son absence puisse lui faire du mal, à elle, ça l’a apaisée. Espoir de retour à la compréhension. Ça s’est calmé. Comme désamorcer une bombe.
 
Quand ils se sont reparlés, après que les élèves de l’endroit où il travaillait se soient couchés, ils ont parlé des choses toutes simples de la vie. Il a parlé de la lune, du mariage musulman de ses cousines, de ses Horloges. Elle a parlé de son amie, qui était enceinte, et qui continuait à venir au cours de danse. Tout allait bien. Mais il était fatigué. Très fatigué. Ils se sont souhaité bonne nuit. Elle était apaisée. Elle a pu s’endormir. Renouer avec le sommeil. Le lendemain elle s’est réveillée heureuse. Avec l’envie d’être auprès de lui. De partager avec lui. D’être enlacée à lui. Elle savait qu’il avait une longue journée de travail. Qu’après, il serait cuit. Qu’il rentrerait dans sa ville, pour passer la soirée avec ses amis des bars. A oublier. Alors qu’elle, elle avait envie de garder le fil avec lui. Alors qu’elle, elle pensait que l’orage était passé.
 
Elle a attendu que l’après-midi passe. Que la soirée arrive. Elle a envoyé un message quand elle a pensé qu’il serait dans le train. Il n’a pas répondu. Il l’a appelée trois heures après. Tout à fait superficiel. A nouveau. Il était sorti dîner avec son copain à l’âge d’être presque son père. Il était plus lointain que jamais. La fatigue des jours de travail. Sûrement. Ça n’a pas été possible d’échanger quoi que ce soit. Rien. Du genre « j’en ai marre, je ne veux rien savoir ». Ils ont raccroché. Avec des mots vides. Elle s’est remplie de vide. De ce vide. Et elle a senti que ça n’allait pas ressortir facilement.
 
A 23h elle a envoyé un message disant qu’elle pensait qu’elle n’y arriverait pas. Qu’elle pensait que c’était lui qui n’avait pas envie.
Il n’a pas répondu.
 
A 00h35 elle a envoyé un message pour demander s’il dormait.
Il n’a pas répondu.
 
Elle n’a pas dormi de la nuit. Elle s’est levée prendre deux anxiolytiques. Ça n’a servi à rien.
 
A 5h du matin elle a regardé un film : La bella gente. Un film italien sur un couple petit-bourgeois qui recueille une jeune prostituée immigrée exploitée. Qui l’aide, à condition qu’elle ne se comporte que, comme ça les arrange – comme une ombre reconnaissante. Un sujet familier pour elle. Quand le film s’est terminé, elle est allée se recoucher. Et elle ne s’est relevée que le plus tard possible. Et puis elle s’est occupée, à corriger un texte sur lequel elle travaillait.
 
A 15h elle l’a appelé.
Il n’a pas répondu. Elle pensait qu’il était allé manger des huitres au marché, comme il faisait d’habitude.
Il a envoyé un message : « Je suis désolé. Ce n’est pas le moment. Je t’appelle plus tard. »
Lapidaire.
Elle est restée paralysée. A nouveau, la paralysie.
 
Elle a appelé une amie. Elle a écrit. Elle a regardé un autre film : Pieds nus sur les limaces. Sur deux sœurs. L’une s’occupant de l’autre – atteinte de maladie mentale. Bouleversant de poésie. Mais l’angoisse persistait. Féroce. Le mal à la tête. Elle a repris deux anxiolytiques. Et du paracétamol.
 
A 23h35 elle a envoyé un message disant qu’elle avait été malade. Elle ne voulait pas tomber dans la vulgarité du chantage affectif, mais elle avait vraiment mal, et elle ne comprenait pas. Elle ne comprenait pas pourquoi et comment son silence durait.
Il n’a pas répondu.
Elle s’est couchée.
 
A 00h30 elle a appelé. Tout en sachant combien elle sombrait dans le pathétique. Mais elle se sentait absolument dépassée. Au bord du précipice – et sans parachute.
Il n’a pas répondu.
Elle a fait ce qu’elle a pu, pour essayer de s’endormir.
 
Le lendemain – dimanche – toujours pas le moindre signe de vie.
Elle a écrit. Comme le lui avait conseillé son amie. Elle lui a écrit. Elle lui a écrit avec bienveillance. Avec tendresse. Espoir.
Elle lui a envoyé par mail ce qu’elle avait écrit.
Elle lui a envoyé un message disant qu’elle avait envoyé un mail.
Rien.
Elle a appelé.
Rien.
Elle se sentait si… pathétique. Ridicule. Blessée.
 
Elle a appelé un ami commun. Un ami à lui, qu’elle avait connu, en le connaissant. Au moment où elle était entrée au conservatoire de théâtre. Quand elle avait fréquenté le bar d’en face, où avaient lieu ces fêtes à la Kusturica. Elle lui a dit qu’elle était mal. Qu’elle était sans nouvelle de lui depuis deux jours. Son ami était… exaspéré : S’il continuait à se comporter comme ça, à disparaître, à fuir… Ce n’était pas possible. Bien sûr que ça la rendait folle ! C’était à rendre fou ! Et ils n’avaient plus vingt ans. Cet ami a dit que, ce qui l’exaspérait le plus, de lui, c’était sa nonchalance. Et il a ajouté quelque chose qui l’a interpelée : il a dit qu’on avait l’impression qu’on ne peut pas le connaître. Qu’elle avait le droit de dormir – il avait su ses insomnies d’avant. Qu’il ne pouvait pas l’empêcher de dormir comme ça. Ça l’a émue. Ce que disait son ami. Sa façon de prendre son d’elle. Lui.
 
Il n’a pas appelé. De toute la journée, il n’a pas appelé.
C’est pour ça qu’avant d’aller se coucher, elle a décidé ça : aller le voir le lendemain.
Elle a regardé les horaires de train. Le billet coûtait cher. Et elle ne savait pas si elle n’était pas encore en train de faire une folie. Elle a quand même pu se concéder – à elle-même – qu’elle ne pouvait pas faire autrement. Attendre davantage. Rester prisonnière de son silence et de sa disparition. A lui.
 
 
 
 
 
 
 
 

dimanche 3 février 2013

Encuentro por el tiempo (XX)


Era el día siguiente y no había llamado él. Como tampoco lo había hecho la víspera. Tenía que ir haciendo sus cosas ella. La boya de salvavidas. Lo que había encontrado hasta ahí para intentar sostenerse de alguna que otra manera. Las posibilidades de ella. Pagar a gente. Profesionales. Aquella mañana también, la ayudó para disipar algo el malestar. El malestar debido a la derrota de la comprensión – entre ellos dos. Al abismo que había  dejado. La duda. ¿Quién es el loco? Siempre la misma pregunta para ella. Cuando la derrota del entenderse. ¿Que si porque era loca no la entendían? ¿Que si por eso era? No. No estaba loca. Lo comprobó en sus lugares de ubicación. La «fisiología» no existía, no. Y sí, había dado un paso grande al poder enunciar eso: «Soy lo que soy. Te gusté o no te gusté.».
 
Volvió a llamarlo. Ella. Estaba en el tren que lo llevaba al infierno del laburo. No podía hablar. Dijo que la llamaría a la noche. Cortaron. Otra vez. Aguantó. Ella. La tarde. Cuando por fin llamó. El. Cuando por fin pudo soltar algo de lo que contenía y la ahogaba. Ella. Cuando por fin pudo afirmar que, no, nada era sencillo. Que las cosas, había que hablarlas. Que había que entregarse algo el uno al otro, si algo se quería generar. Experimentar. Construir. Que pensar que las cosas funcionaban o no por motivo exterior era fantasma. Visión adolescente – tampoco sabía aun ella que también tenía que ver con el pensar musulmán: «Está escrito». Y ella diciéndole que las cosas las escribía uno. Y ninguna otra potencia mágica. Y él contestándole que iba empezando ella la casa por el tejado.
 
Y otra vez la duda. Y otra vez el «capaz fuera verdad». Capaz lo quería ya todo, igual que niña chica. No supo. Sólo se quiso agarrar al que habían compartido los cuerpos. Al que eso ya fuera significativo. Que tenía que considerarse como significativo. Para ella lo era. Y que, ya que parecía que querían construir juntos, no iban a portarse como niños de quince años. Que de lo que se trataba era respaldarse el uno al otro. Sólo. Ni más ni menos.
 
Quedó la niebla, cuando cortaron. Cuando cortaron la niebla no se había disipado, sino al revés. Le daba la sensación a ella de haber estado hablando sola. De seguir debatiéndose sola en pleno océano. Unheimlich. Inquietante extrañeza. Sólo conocía eso ella. Debatirse sola en pleno océano. Desde el inicio. El mismo momento del nacer. Sola. Frente a la panza asesina de la madre. Asfixia. Notaba cómo no conseguía hacer que disminuyera la asfixia. Apagó la luz. Desde la cama.
 
Porque seguía el dolor a la mañana siguiente, tuvo que aclararse algo. Tuvo que aclararse que algo, no. No podía. Que algo, con él, de él, a ella, la alborotaba en exceso. Algo que tuviera que ver con la ausencia. De él. Más allá de la presencia física. Del querer estar. Algo – de él – no estaba. Seguía sin estar. Y supo con certeza que era eso lo que la alborotaba en exceso. E intuyó que él no sabía nada de eso, de esa ausencia suya. Cuando se sentía hasta en las caricias. Las de ella para él. Las de él para ella. Cuando se sentía hasta la piel. La piel de él. Y como consecuencia, la piel de ella. Pensó que capaz el dolor interno que no paraba de crecerle era eso no más. Que por la piel, y sin quererlo, la iba contaminando de ausencia. Que era eso. Sólo eso. Lo que le era tan insoportable. Y también, saber que ella, respecto a eso, no podía hacer nada. Absolutamente nada. Que sólo él. Que sólo él podía hacer algo para eso suyo. Cuando esa experiencia, ella, ya la había tenido hacía mucho. Muy temprano en la vida.
 
Y eso, aquella experiencia dolorosa desde el inicio de la vida, y durante mucho tiempo, había hecho que terminara comprendido eso: que el sentido del tacto – igual que los demás – funciona como reacción. Que hacen falta dos. Que uno siente algo. Que uno toca algo. Mas si lo que se toca es… ausente, se queda uno frente al abismo no más. Rodeado por el vértigo. Lleno de ausencia. Volvía a pensar en eso ella. Porque volvía a sentirlo. La ausencia de él hasta dentro de la piel. Ese dolor de él adentro suyo. Ese dolor de él que sabía ella que no sabía él. La angustia estaba ahí. Justo ahí. En el saber que eso hacía imposible la relación. La relación de piel. Amorosa. Ya que, inclusive si hubiera querido, ¿qué hubiera podido hacer él para cambiar las cosas? Sabía ella que… Lo único, era que entendiera, algo, de lo que decía ella. Mas en todo caso, ya olía a inicio… del fin.
 
Más allá de todo eso, sin embargo, necesitaba hablar con él. Intentar restablecer algo de comprensión. Quería estar con él. A pesar de todo. Por eso quería intentar de nuevo experimentar que con las palabras podían entenderse. Por lo menos con las palabras. Si por ahora no por otra cosa. La llamó a la noche. Estaba muy lejos. Muy frío. Lo que le dijo fue que aquella «violencia», de ella, no la quería. De nuevo se quedó sin palabras ella.
 
 
 
 
 
 
  
 
Rencontre à travers le temps (XX)

 
C’était le lendemain et il n’avait pas appelé. Comme il ne l’avait pas fait non plus la veille. Il fallait qu’elle vaque à ses occupations. Une bouée de sauvetage. Ce qu’elle avait trouvé jusque-là pour essayer de se soutenir un tant soit peu. Ses possibilités à elle. Payer des gens. Des professionnels. Ce matin-là encore, ça l’a aidée à dissiper un peu le malaise. Le malaise de la défaite de la compréhension – entre eux deux. A l’abîme que ça laissait. Le doute. Qui est fou ? Toujours cette même question pour elle. Face à la défaite de la compréhension. Est-ce que c’était parce qu’elle était folle qu’on ne la comprenait pas ? Est-ce que c’était pour ça ? Non. Elle n’était pas folle. Elle a pu le vérifier dans ses espaces de positionnement. La « physiologie » n’existe pas, non. Et oui, elle avait fait un grand pas en parvenant à dire ça : « Je suis comme je suis. C’est à prendre ou à laisser. ».
 
Elle l’a rappelé. Elle. Il était dans le train. Le train qui l’emmenait dans l’enfer du travail. Il ne pouvait pas parler. Il a dit qu’il la rappellerait le soir. Il a raccroché. Encore. Elle a pris sur elle. Elle. L’après-midi. Jusqu’à ce qu’il rappelle. Lui. Jusqu’à ce qu’elle puisse évacuer un peu de ce qu’elle contenait et qui l’étouffait. Elle. Jusqu’à ce qu’elle puisse dire que non, que rien n’était facile. Que les choses, il fallait en parler. Qu’il fallait se donner un peu, l’un à l’autre, si on avait envie que quelque chose se génère. S’expérimente. Se construise. Que penser que les choses fonctionnaient ou non du fait d’une force extérieure n’était que fantasme. Vision adolescente – elle ne savait pas encore que ça avait aussi à voir avec la pensée musulmane : « C’est écrit. ». Et elle continuait à lui dire qu’il n’y a que soi pour écrire les choses. Pas de pouvoir magique. Et il lui répondait qu’elle mettait la charrue avant les bœufs.
 
A nouveau le doute. A nouveau le « et si c’était vrai ». Peut-être qu’elle voulait tout, tout de suite, comme une petite fille capricieuse. Elle ne savait plus. Elle pouvait juste s’attacher au fait qu’ils avaient partagé les corps. Au fait que ça, c’était déjà signifiant. Qu’il fallait que ce soit considéré comme tel. Pour elle c’était signifiant. Et que, puisqu’il semblait bien qu’ils avaient envie de construire ensemble, ils n’allaient pas se comporter comme des gamins des quinze ans. Que ce dont il s’agissait, c’était de s’épauler l’un l’autre. C’était tout. Ni plus ni moins.
 
Le brouillard est resté, quand ils ont raccroché. Quand ils ont raccroché le brouillard ne s’était pas dissipé, au contraire. Elle avait l’impression d’avoir parlé toute seule. De continuer à se débattre toute seule au milieu de l’océan. Unheimlich. Inquiétante étrangeté. Elle ne connaissait que ça. Se débattre toute seule au milieu de l’océan. Depuis le début. Le moment même de la naissance. Seule. Face au ventre assassin de la mère. Asphyxie. Elle voyait bien combien elle n’arrivait pas à faire diminuer l’asphyxie. Elle a éteint la lumière. Dans son lit.
 
Parce que la douleur continuait toujours le lendemain matin, il a dû essayer de se clarifier les choses. Il a dû se clarifier que quelque chose, non. Elle ne pouvait pas. Que quelque chose, avec lui, à lui, la chambardait beaucoup trop fort, elle. Quelque chose qui avait à voir avec l’absence. A lui. Au-delà de la présence physique. De la volonté d’être-là. Quelque chose – de lui – n’était pas là. N’était toujours pas là. Et, elle a pu savoir avec certitude que c’était ça qui la chambardait beaucoup trop fort. Et elle a eu l’intuition que lui ne savait rien de ça, de cette absence à lui. Alors que ça se sentait jusque dans les caresses. Celles qu’elle lui donnait. Celles qu’il lui donnait. Alors que ça se sentait jusque dans la peau. Sa peau à lui. Et en conséquence, sa peau à elle. Et elle s’est dit que la douleur qui ne cessait de croître en elle n’était peut-être rien d’autre que ça. Le fait que, par la peau, et sans le vouloir, il la contaminait d’absence. Que c’était ça. Juste ça. Qui lui était si insoutenable. Et aussi, savoir qu’elle, elle n’y pouvait rien. Absolument rien. Qu’il n’y avait que lui. Qu’il n’y avait que lui à pouvoir faire quelque chose à cette chose à lui. Alors que cette expérience, elle, elle l’avait connue il y avait bien longtemps. Très tôt dans sa vie.
 
Et ça, cette expérience douloureuse dès le début de sa vie, et pendant longtemps, ça avait fait qu’elle avait fini par comprendre ça : que le sens du toucher – comme tous les autres – fonctionne comme réaction. Qu’il faut deux. Qu’il y en a un qui sent quelque chose. Qu’il y en a un qui touche quelque chose. Mais que si ce qu’on touche est… absent, on reste… au bord de l’abîme. Entouré par le vertige. Rempli d’absence. Elle repensait à ça. Parce qu’elle le sentait à nouveau. Son absence à lui jusque dans sa peau. Cette douleur à lui en elle. Cette douleur à lui qu’elle savait que lui ne savait pas. L’angoisse était là. Juste là. Dans le fait de savoir que ça rendait impossible la relation. La relation de peau. Amoureuse. Car, même s’il l’avait voulu, qu’aurait-il bien pu faire pour changer ça ? Elle savait bien… La seule chance qui restait, c’était qu’il comprenne, un peu, ce qu’elle disait. Mais de toute façon, ça sentait le début… de la fin.
 
Et par-delà tout ça, elle avait quand même besoin de lui parler. D’essayer de rétablir un peu de compréhension. Elle voulait être avec lui. Malgré tout. C’est pour ça qu’elle voulait encore essayer de faire l’expérience qu’avec les mots ils pouvaient se comprendre. Avec les mots, au moins. Si pour l’instant ce n’était pas possible autrement. Il l’a rappelée le soir. Il était très loin. Très froid. Ce qu’il a dit, c’est que cette « violence », à elle, il n’en voulait pas. Et à nouveau, elle est restée sans voix.