Caminaba ella por el Campo de Marte. Y recibió felicidad. Mensajito de
él. Muy lindo. Desde el tren. Se sentía ligera. Por una vez. Se sentía ligera.
Y pasó el día. Y otro.
El viernes al mediodía llamó él. Medio alborotado. Estaba en
emergencias. No entendió ella. Decía que la noche de trabajo en el instituto
había sido complicada. Una explosión. En plena noche. Mucho humo. El alarma. El
miedo al incendio. El recuerdo de las bombas. No lo dijo él, pero no hacía
falta, sabía ella. La explosión justo en la puerta de él. Dormido. Despertado
repentinamente. Con miedo. Sí, había tenido miedo. Recuerdo de las bombas,
seguro, aunque no lo dijera. Humo por toda la pieza. Y la emergencia de
reaccionar rápido. Para evacuar a los alumnos internos. En plena noche. En
realidad, no había sido nada. Nada grave. Pero estaba en emergencias, él.
Alborotado. Tonterías de adolescentes a final del curso. Nada más. Un cohete.
Nada más. Pero estaba en emergencias, él. Alborotado. Se le notaba el alboroto.
Casi en estado de choque. Porque la llamaba y no decía nada. Porque se notaba
que no conseguía hablar. Que no era que no quería – como otras veces – sino que
no lo conseguía. Estaba en emergencias porque se lo había dicho su jefe. Porque
le dolía la oreja. Porque casi no escuchaba más por ella. Y como era músico… Porque
seguro habría notado el jefe que estaba en estado de choque él. Y enseguida, le
dijo que tenía que cortar, porque ya venía el médico.
Se alborotó algo ella. A su vez. Porque le llamaba la atención que la
llamara. Porque le llamaba la atención que estuviera tan desestabilizado él. Tan
choqueado. Inmediatamente pensó ella en Argel. En eso que le había contado él.
En eso que había vivido ahí. La huida de la noche a la mañana. Frente a los
asesinos. Llegados hasta la puerta de su casa. Cuando ni tenía catorce años. Y
más allá de eso, del recuerdo, la reviviscencia, pensó ella en la violencia del
ser despertado por una explosión, el humo, la alarma. En la sola agresión al
cuerpo reposando. Al cuerpo hundido en su total intimidad. Pensaba en todo eso
ella, y sentía que si estaba tan choqueado él, también era porque no sabía muy
bien por qué lo estaba. Porque seguro lo minimizara. Intuía ella que no le podía
dar espacio al choque él. Y sin embrago, a pesar de eso, la había llamado. A
ella. Y eso hacía que sentía ella que algo tenía que hacer, para él. Por eso
pensó en qué hubiera necesitado ella en semejante caso. Nada. Casi nada. Todo. Un
abrazo. Un abrazo no más. La historia de siempre. Del inicio. El nacer. Ese
espacio del compartir los cuerpos que acaban de ser separados. Eso que no había
conocido ella. Eso que no había conocido él. Eso que se había buscado ella con
su perra, cuando era niña. Y luego con el otro idioma – castellano. Eso que
intuía ella que seguía sin conocer él. Quería regalarle eso. Regalarle eso a
él. Ese espacio entre brazos amorosos. Para consolarle. De la explosión. Para
apaciguarle. El dolor interno de la oreja. Su oreja.
Era viernes. Ya lo había visto en la semana. Costaban caro los billetes
de tren. No tenía mucha plata. Igual ya había tomado la decisión. Cuando llegara
a casa buscaría billetes. Iría a verle este finde. Sí o sí. Y encontró algo
bastante bien para el sábado a la mañana. Llegaría al mediodía. Vendría a
buscarla él. Nada que ver con lo de la última vez que había hecho ese mismo
viaje. Parecía feliz él con que viniera. Mas tampoco parecía tan apaciguado o
respaldado con que viniera ella. Para él. No se dejó afectar demasiado ella. Con
eso. Con que no pareciera hacer los vínculos él. Pensó que ya empezaba a
saberlo algo ella. A él. A saber algo de su soledad. De su aislamiento. Y sólo
se quería dejar orientar por el choque que había recibido él. Por ese dolor de
él que ni parecía com-prender él mismo.
En la estación la esperaba él. Estaba. Lo reconoció desde el vagón ella.
Por los zapatos – bicolores. Parecía feliz él. Muy feliz. Igual que si no
hubiera pasado nada. En aquel orificio suyo. En la carne suya. De él. Adentro.
La resonancia. Onda de choque. Quería llevarla a almorzar al mercado de los
Capúcenos. Donde siempre iba los sábados al mediodía. Mas como a ella no le
gustaban tanto los mariscos, sólo cruzaron el mercado, para ir a un restaurante
chico donde podrían comer carne. Tenía mucha hambre ella. Hambre como para
comerse papas fritas. En el camino, se cruzaron con un amigo de él. Ese parecía
bastante desorientado. Y también con curiosidad de quedarse con ellos. Le
invitó él a quedarse con ellos. No la molestó a ella. Estaba feliz. Igual que
él. Con él. Se sentaron en la terraza del restaurante chico. Los tres. Empezó a
lloviznar. Se rieron los dos. Pidieron salchicha. No había. Cambiaron para pato
confitado. No había. Pidieron carne de vaca. No había. Se rieron los dos. Propuso
ella cambiar de lugar. Le sorprendió a él. Por eso dijo ella que si no tenían
nada, en el restaurante, podían irse tranquilamente sin pasar por unos
descorteses. Así se levantaron.
Regresaron al mercado cubierto en busca de un lugar donde podría comer
las papas fritas ella. Se sentaron los tres. Pidió ostras con paté él. Se sorprendió
un montón ella. Por la asociación. Por lo cual le comentó él que era una
especialidad de Arcachón. Pidió calamares fritos con papas fritas ella. El
amigo no quiso pedir nada porque había comprado queso y paté. Propuso compartir
con ellos. Todos estaban de acuerdo. Pidieron vino blanco. Charlaron mucho. El
amigo trabajaba en cine. Le encantaba la danza. Opinaba como ellos que los
actores franceses ya estaban todos muy desencarnados. Que necesitaban trabajar
el cuerpo. Y la forma de ella de hablar de la danza le gustaba. Cuajaba con lo
que pensaba él de eso que necesitaban los actores. Le dijo que quería
presentarla a una amiga bailarina suya. Alguien que, aparentemente, compartía
el punto de vista de ella. Tomaron café. O no. Salieron del mercado. Había
parado la llovizna.
Rencontre à travers le temps (XXIV)
Elle marchait sur le Champ de Mars.
Et un peu de bonheur est venu à elle. Un message de lui. Très beau. Envoyé du
train. Elle se sentait légère. Pour une fois. Elle se sentait légère. Et la journée
est passée. Et puis une autre.
Le vendredi à midi il l’a appelée. Il
était secoué. Il était aux urgences. Elle n’a pas compris. Il a dit que la nuit
de travail au lycée avait été difficile. Une explosion. En pleine nuit.
Beaucoup de fumée. L’alarme. La peur de l’incendie. Le souvenir des bombes. Ça,
il ne l’a pas dit, mais il n’avait pas besoin, elle savait. L’explosion juste devant
sa porte, à lui. Endormi. Réveillé d’un seul coup. Dans la peur. Oui, il avait
eu peur. Souvenir des bombes, sûrement – même s’il ne le disait pas. De la
fumée dans toute la chambre. Et l’urgence de réagir rapidement. Pour évacuer
les élèves internes. En pleine nuit. En réalité, ce n’était presque rien. Rien
de grave. Mais il était aux urgences, lui. Secoué. Des âneries d’adolescents en
fin d’année. C’est tout. Un pétard. C’est tout. Mais il était aux urgences,
lui. Secoué. On sentait qu’il était secoué. Presque en état de choc. Parce
qu’il l’appelait, elle, et qu’il ne disait rien. Parce qu’on sentait qu’il
n’arrivait pas à parler. Que ce n’était pas qu’il ne voulait pas – comme
d’autres fois – mais qu’il n’y arrivait pas. Il était aux urgences parce que
son chef lui avait dit d’y aller. Parce qu’il avait mal à l’oreille. Parce
qu’il n’entendait presque plus. Et comme il était musicien… Son chef avait
sûrement remarqué, qu’il était en état de choc. Et d’un seul coup, il a dit
qu’il devait raccrocher, que le médecin l’appelait.
Elle était un peu secouée. A son
tour. Parce que ça lui faisait quelque chose qu’il l’ait appelée. Parce que ça lui
faisait quelque chose qu’il soit si déstabilisé. Si choqué. Elle a tout de
suite pensé à Alger. A ce qu’il lui avait raconté. A ce qu’il y avait vécu. La
fuite du jour au lendemain. Face aux assassins. A la porte de chez lui. Quand
il n’avait pas même quatorze ans. Et par-delà ça, le souvenir, la reviviscence,
elle a juste pensé à la violence d’être réveillé par une explosion, de la
fumée, une alarme. Rien qu’à cette agression du corps au repos. Du corps plongé
dans son intimité totale. Elle pensait à tout ça, et elle se disait que s’il
était si choqué, c’était sûrement aussi, parce qu’il ne savait pas très bien
pourquoi il l’était autant. Choqué. Qu’il devait sûrement minimiser. Elle sentait
qu’il ne devait pas pouvoir faire de place au choc. Et pourtant, malgré ça, il
l’avait appelée. Elle. Et ça, ça faisait qu’elle sentait qu’il fallait qu’elle
fasse quelque chose, pour lui. Alors elle s’est demandé de quoi elle aurait eu
besoin, elle, dans un cas pareil. De rien. De presque rien. De tout. Quelqu’un
qui la prenne dans ses bras. Juste quelqu’un qui la prenne dans ses bras.
Toujours la même histoire. Du début. La naissance. L’espace du partage des
corps qui viennent d’être séparés. Ce qu’elle n’avait pas connu. Ce qu’il
n’avait pas connu. Ce qu’elle avait cherché auprès de sa chienne, quand elle
était petite. Puis avec l’autre langue – espagnole. Ce qu’elle pensait qu’il ne
connaissait toujours pas, lui. Et elle voulait le lui offrir. Lui offrir ça.
Cet espace entre des bras aimants. Pour le consoler. De l’explosion. Pour
calmer. La douleur intérieure de l’oreille. Son oreille.
On était vendredi. Elle l’avait
déjà vu dans la semaine. Les billets de train coûtaient cher. Elle n’avait pas
beaucoup d’argent. De toute façon sa décision était prise. En rentrant chez
elle, elle chercherait des billets. Elle irait le voir ce week-end. De toute
façon. Et elle a trouvé quelque chose d’assez bien pour le samedi matin. Elle
arriverait à midi. Il viendrait la chercher. Rien à voir avec la dernière fois
qu’elle avait fait ce voyage. Il avait l’air heureux qu’elle vienne. Même s’il
ne semblait pas pour autant apaisé ou soutenu, par le fait qu’elle vienne. Pour
lui. Elle ne s’est pas trop laissé affecter. Par ça. Par le fait qu’il ne
semblât pas faire les liens. Elle s’est dit qu’elle commençait à le savoir un
peu. Lui. A savoir un peu, sa solitude. Son isolement. Et elle voulait se
laisser guider que par le choc qu’il avait reçu. Par cette douleur à lui qu’il
semblait ne pas com-prendre.
A la gare, il l’attendait. Il était
là. Elle l’a reconnu depuis le wagon. A cause de ses chaussures – bicolores. Il
avait l’air heureux. Très heureux. Comme si rien ne s’était passé. Dans cet
orifice de lui. Dans sa chair. A lui. Dedans. Résonnance. Onde de choc. Il
voulait l’emmener déjeuner au Marché des Capu. Où il allait les samedis midis.
Mais comme elle n’aimait pas trop les fruits de mer, ils ont juste traversé la
Marché, pour aller dans un petit restau où on pouvait manger de la viande. Elle
avait très faim. Faim à manger des frites. Sur le chemin, ils ont croisé un ami
à lui. Qui avait l’air pas mal désorienté. Et aussi assez curieux de rester
avec eux. Il l’a invité à rester avec eux. Ça ne l’a pas dérangée. Elle était
heureuse. Comme lui. Avec lui. Ils se sont assis à la terrasse du petit restau.
Tous les trois. Il a commencé à pleuvioter. Ils ont ri, tous les deux. Ils
voulaient des saucisses. Il n’y en avait plus. Ils ont demandé du canard
confit. Il n’y en avait plus. Ils ont demandé du bœuf. Il n’y en avait plus.
Ils ont ri, tous les deux. Elle a proposé de changer d’endroit. Ça l’a surpris,
lui. Alors elle a dit que s’ils n’avaient rien, dans ce restau, ils pouvaient
s’en aller sans passer pour des malpolis. Ils se sont levés.
Ils sont revenus au marché couvert
à la recherche d’un endroit où elle pourrait manger des frites. Ils se sont
assis tous les trois. Il a commandé des huitres avec du pâté. Ça l’a beaucoup
surprise. L’association. Alors il lui a expliqué que c’était une spécialité
d’Arcachon. Elle a commandé des calamars frits avec des frites. L’ami n’a rien
voulu commander parce qu’il avait acheté du fromage et de la terrine. Il a
proposé de partager. Tout le monde était d’accord. Ils ont commandé du vin
blanc. Ils ont beaucoup parlé. L’ami travaillait dans le cinéma. Il adorait la
danse. Il pensait comme eux, que les acteurs français étaient vraiment
désincarnés. Qu’il fallait qu’ils travaillent le corps. Sa façon de parler de
la danse, à elle, lui plaisait. Elle concordait avec ce qu’il pensait qu’il
fallait aux acteurs. Il voulait lui présenter une amie danseuse. Quelqu’un qui,
visiblement, partageait son point de vue. Ils ont pris un café. Ou pas. Ils
sont sortis du marché. Il avait cessé de pleuvioter.