mercredi 10 octobre 2012

Encuentro por el tiempo (XII)

 
 
¡Tocaba la guitarra, cantaba, tocaba el harmónica, usaba la máquina grabadora para hacer cosas repetitivas! ¡Todo! ¡El! No paraba. Ella, con la cámara, sacando fotos. Las uñas en las cuerdas. Los pies en la máquina grabadora. El sin parar. Para ella y el amigo suyo, no más. Sacó el cuaderno, ella. También. Más allá de las fotos, con palabras quería intercambiar. Guardar. Rescatar del olvido. Igual que descargar algo la emoción. Escribía cosas como:
 
Será cuestión de encontrar la forma adecuada de la respiración: que no sea ni apnea ni hiperventilación.
El descanso es inspiración o expiración. Mas no las dos a la vez ni la una sin la otra.
Encontrar la articulación y la respiración de los mundos – interiores.
Compartir lo esencial en lugar de vivirlo cada uno desde la sola soledad.
 
El concierto duró. El amigo se tenía que ir. Se fue. Ella estaba exhausta entre el exceso de felicidad, de presencia compartida, de ansiedad respecto a la novedad de la aventura amorosa, de música y palabras de él. Todo. Era mucho. Todo era mucho. Cuando ella había vivido años de nada. El grand-ecart emocional. Igual que siempre, deseado, mas difícil de soportar. Quería. Mas el cuerpo tenía sus propios argumentos. Su propio ritmo. Estaba exhausta. ¡Cansa estar enamorada! Cansa vivir la muerte. ¡Y si todo cansa, cómo lo vamos a hacer!
 
Sólo necesitaba algún ratito de respiración. De soledad. Se lo dijo. Pareció que a él le pareciera raro eso que le dijo. Lo que a ella le resultó aun más raro. Intuía tanto de la necesidad de respiración de él. Se acordaba tanto de su forma de ser medio autística. La sorprendió. Le gustó. Le gustó sentir cómo él no, no estaba cansado de ella. Cuando por el pasado casi ni le explicaba nada de su evanescencia. Lo que le gustó fue notar que él sí quería seguir estando con ella. Cuando por el pasado iba y venía casi sin fijarse en la existencia de los demás. Parecía. Le gustó. Casi iba a seguirle de tanto que le había gustado que le demostrara eso, que él no estaba harto de ella. Mas supo que tenía que hacerle caso al cuerpo. Parar algo. Separarse un par de horas. No más un par de horas.
 
Así que fue a juntarse él con su gente al bar de al lado, mientras ella se quedó en casa de él, sola. Quería escribir. Escribir lo que le quería decir y sabía que no se podía. Quería poder estar con él para ella, sin él. Estar con el «él» de ella. Puso música. Sviridov. Lo había conocido por él, y le había robado el alma. Quería sumergirse en lo suyo. Relajar. Depositar el peso guardado por la excitación. Del estar juntos. Del estar enamorados. Del estar juntos sin aun conocerse muy bien. Sin saber hasta qué punto se podía confiar. Sin saber hasta qué punto algo era posible. Cuánto tiempo pudiera durar esto. Aquel encuentro. Reencuentro. Escribió:
 
Quiero que trabajemos juntos. Las dos interioridades están llenas. Desbordan. La inquietud no estará ahí. Cada uno en lo suyo. No necesito que me distraigás. No necesito que me hagás planes. No necesito que hagás nada. Quiero que seas. Que creás. Que hagás lo que tengás que hacer. Que me lo compartás. Que me acompañés en los caminos míos que quieren construir un «juntos» que no sea nunca suspensión del uno o del otro.
Quiero que me contés. Vos.
Quiero que me hagás preguntas.
No quiero perderme.
Sólo que (nos) construyamos juntos. Nosotros.
Nosotros sos vos, y soy yo; y es vos-y-yo. Mas no sólo vos-y-yo. Vos y Yo.
 
Dejó de escribirle para seguir escribiendo la historia. La historia que iba contando ella. De ellos. Para ellos. Para todos. Para no olvidar. Para no perder nada. Sintió que tenía hambre. Estaban lejos las pinzas de cangrejo. Mas estaba harta de comida verdadera. Tenía ganas de nada más que sus cosas rutinarias. Sencillas. Casi pobres. El día de la visita en bici por la ciudad, habían ido a un supermercado porque ella necesitaba comprar champú. Ahí había aprovechado para comprar copos de avena. Por las dudas. Por la mañana, él había salido a comprar leche de vaca – mientras que seguían durmiendo el amigo de ella en la bolsa de dormir en el piso, y ella en la cama con vela. El ya no tomaba nada con leche de vaca. Ni queso ni nada. Ni postres. Tuvo unas ganas locas ella de comer copos de avena con leche y azúcar. Se preparó un tazón grande. Repitió. Pensó cuánto le gustaría compartir con él copos de avena con leche, inclusive de soja.
 
Funcionaba. Se estaba relajando. Recobraba la sensación real del cuerpo. Sentía de nuevo el cansancio. El peso del cansancio. Tenía ganas de ir a acostarse ya. Igual si apenas eran las nueve y media de la noche, y era sábado. Se hubiera acostado. Mas intuía que si no se juntara con él, con su gente, no lo iba a entender él. No lo hubiera entendido cualquiera. Apenas empezando una relación. Ella, sí, lo podía entender. Sabía que nada de ello tuviera que ver con él. Sólo con ella. Con la revolución que era regresar a la vida. Compartir vida. Cosas de la vida. Sentirse amada. Sentirse con posibilidad de felicidad. Sabía que tenía que ver con la post-muerte. Mas no quería causarle ninguna duda a él. No quería que él pensara que ella no tuviera ganas de estar con él. O que hubiera hecho algo mal. O nada. No quería que él se sintiera mal por ella. Para nada. Por nada de ella. Ahora no. Además sabía que él estaba con su gente y se moría de ganas de presentársela. Sabía eso. Y la hacía tan feliz. Que alguien, él, se muriera de ganas de presentarla, ella. A la gente que le importaba.
 
Fue al cuarto de baño. A arreglarse. Había que arreglarse. Para superar el cansancio que se leía en el rostro. Se pintó las pestañas. Los ojos. Se puso carmín en los labios. El pelo. ¿Qué hacer con este pelo? Lo de siempre. No. Se lo dejó casi suelto. No más con un par de horquillas chicas. Ya podía salir. Zafaba. Capaz no se diera cuenta de nada él. Capaz le pareciera simpática a la gente. Salió a la calle. Ya era tarde.
 
 
 
 




Rencontre à travers le temps (XII)

 
Il jouait de la guitare, il chantait, il jouait de l’harmonica, il s’enregistrait avec son sampler ! Tout ! Lui ! Il n’arrêtait pas ! Elle avec son appareil, elle faisait des photos. Les ongles sur les cordes. Les pieds sur les pédales du sampler. Il n’arrêtait pas. Juste pour elle et son ami à elle, c'est tout. Elle a sorti son carnet. Aussi. Au-delà des photos, elle voulait échanger avec les mots. Garder. Sauver de l’oubli. En même temps que décharger l’émotion. Elle a écrit des choses comme :

Il sera question de trouver la forme adéquate de la respiration : qu’elle ne soit ni apnée ni hyperventilation.
Le repos est inspiration ou expiration. Pas les deux à la fois, ni l’une sans l’autre.
Trouver l’articulation et la respiration des mondes – intérieurs.
Partager l’essentiel au lieu de le vivre chacun dans sa seule solitude. 

Le concert a duré. Son ami devait s’en aller. Il est parti. Elle était exténuée par l’excès de joie, de présence partagée, d’inquiétude par rapport à la nouveauté de l’aventure amoureuse, de sa musique et de ses paroles à lui. Tout. C’était beaucoup. Tout était beaucoup. Alors qu’elle avait vécu toutes ces années de rien. Le grand-écart émotionnel. Comme toujours souhaité, mais difficile à soutenir. Elle voulait. Mais le corps avait ses propres arguments. Son propre rythme. Elle était exténuée. Ca fatigue d’être amoureuse ! Ca fatigue de vivre la mort. Et si tout fatigue, comment est-ce qu’on va bien pouvoir faire ! 

Elle avait juste besoin d’un petit moment de respiration. De solitude. Elle le lui a dit. On aurait dit que ça lui semblait bizarre, ce qu’elle lui disait. Ce qui lui a semblé encore plus bizarre à elle. Elle se souciait tellement de son besoin de respiration à lui. Elle se souvenait tellement de sa façon d’être à moitié autiste. Ça l’a surprise. Ça lui a plu. Ce qui lui a plu, c’est de sentir que lui, non, il n’était pas fatigué d’elle. Alors que par le passé il n’expliquait pratiquement rien de son évanescence, à lui. Ce qui lui a plu, c’est de voir que lui, si, il avait envie de continuer à être avec elle. Alors que par le passé il allait et venait sans presque faire attention à l’existence des autres. Ça lui a plu. Elle était presque sur le point de le suivre tellement ça lui avait plu qu’il lui démontre que lui n’en avait pas marre d’elle. Mais elle a su qu’il fallait prendre en compte ce que disait le corps. Arrêter un peu. Se séparer quelques heures. Juste quelques heures. 

Il est donc allé rejoindre ses gens au bar d’à côté, alors qu’elle est restée chez lui, seule. Elle voulait écrire. Ecrire ce qu’elle voulait lui dire et qu’elle savait qu’on ne peut pas. Elle avait envie de pouvoir être avec lui pour elle, sans lui. Etre avec son « lui » à elle. Elle a mis de la musique. Sviridov. Elle l’avait connu grâce à lui, et il s'étaiat complètement emparé d'elle. Elle avait envie de s’immerger dans ses choses à elle. De se détendre. De déposer le poids retenu par l’excitation. D’être ensemble. Amoureux. D’être ensemble sans encore se connaître très bien. Ni savoir jusqu’où il était possible de se faire confiance. Jusqu’à quel point quelque chose serait possible. Combien de temps ça pourrait durer. Cette rencontre. Re-rencontre. Elle écrivait : 

Je veux qu’on travaille ensemble. Les deux intériorités regorgent. Débordent. L’inquiétude ne sera pas là. Chacun chez soi. Je n’ai pas besoin que tu me distraies. Je n’ai pas besoin que tu me fasses un programme. Je n’ai pas besoin que tu fasses quoi que ce soit. Je veux que tu sois. Que tu créés. Que tu fasses ce que tu as à faire. Que tu me le partages. Que tu m’accompagnes dans mes chemins qui veulent façonner un « ensemble » qui ne soit jamais suspension de l’un ou de l’autre.
J’ai besoin que tu me racontes. Toi.
J’ai besoin que tu me questionnes.
J’ai besoin de ne pas me perdre.
Juste que nous (nous) construisions ensemble. Nous.
Nous c’est toi, et c’est moi ; et c’est toi-et-moi. Mais pas que toi-et-moi. Toi et Moi. 

Elle a arrêté de lui écrire pour continuer d’écrire l’histoire. L’histoire qu’elle était en train de raconter. La leur. Pour eux. Pour tout le monde. Pour ne pas oublier. Ne rien perdre. Elle a senti qu’elle avait faim. Les pinces de crabe étaient loin. Mais elle en avait marre de la vraie cuisine. Elle avait juste envie de ses choses habituelles. Simples. Presque pauvres. Le jour de la visite de la ville en vélo ils étaient allés dans un supermarché parce qu’il fallait qu’elle s’achète du shampoing. Elle en avait profité pour acheter des flocons d’avoine. Au cas où. Le matin il était sorti acheter du lait de vache – pendant qu’ils dormaient, son ami dans le sac de couchage par terre, et elle dans le lit à voile. Il ne mangeait plus rien à base de lait de vache. Ni fromage ni rien du tout. Ni desserts. Elle a eu une folle envie de manger des flocons d’avoine avec du lait et du sucre. Elle s’en est préparé un grand bol. Elle en a repris. Elle s’est dit qu’elle adorerait partager avec lui des flocons d’avoine avec du lait, même du lait de soja. 

Ça marchait. Elle se détendait. Elle retrouvait la sensation du réel du corps. Elle sentait à nouveau sa fatigue. Le poids de la fatigue. Elle avait envie d’aller se coucher, tout de suite. Même s’il était à peine neuf heures et demie du soir, et qu’on était samedi. Elle serait allée se coucher. Mais elle avait l’intuition que si elle ne le rejoignait pas, avec ses gens, il ne comprendrait pas. Pas plus qu’un autre n'auarit compris. Juste au début d’une histoire. Elle, si, elle comprenait. Elle savait que ça n’avait rien à voir avec lui. Juste avec elle. Elle savait que ça avait à voir avec sa révolution du retour à la vie. Le partage de la vie. Des choses de la vie. Se sentir aimée. Sentir la possibilité du bonheur. Elle savait que ça avait à voir avec l’après-mort. Mais elle ne voulait pas lui causer le moindre doute. Elle ne voulait pas qu’il puisse penser qu’elle n’avait pas envie d’être avec lui. Ou qu’il avait fait quelque chose de mal. Ou quoi que ce soit. Elle ne voulait pas qu’il se sente mal à cause d’elle. Pour rien au monde. Pour rien d'elle. Pas maintenant. En plus elle savait qu’il était avec ses gens et qu’il mourrait d’envie de la leur présenter. Elle savait ça. Et ça la rendait heureuse. Tellement. Que quelqu’un, lui, meure d’envie de la présenter. Elle, aux gens qui comptaient, pour lui.  

Elle est allée dans la salle de bain. Pour s’arranger. Il fallait s’arranger. Pour essayer de venir à bout de la fatigue qui se lisait sur le visage. Elle a maquillé ses cils. Ses yeux. Elle s’est mise du rouge sur les lèvres. Les cheveux. Que faire avec ces cheveux ? Comme d’habitude. Non. Elle les a laissés presque détachés. Juste avec deux petites barrettes. Elle pouvait sortir. Ça pouvait tromper son monde. Peut-être qu’il ne se rendrait compte de rien. Peut-être que les gens la trouveraient sympathique. Elle est sortie dans la rue. Il était déjà tard.





1 commentaire:

Miguel Ángel Maya a dit…

...Qué hacer con el pelo, maldita sea...
...Buf...