jeudi 27 septembre 2012

Encuentro por el tiempo (XI)

 
 
Como era de esperar desapareció en parte él. Con su gente. En su lugar. Ya había sido lo suficientemente paciente con aquel sinsentido del tango. Y ella, ahí, sola. Por más que estuviera el amigo. Con lo del piso derrumbado. Notaba cómo se le estaban acercando ya los pájaros de noche. Ya quería beber en su vaso un tipo joven medio inquietante. Descalzo. Uno que tenía toda la pinta de estar viviendo en la calle. No que tuviera ella nada en contra, o no quisiera intercambiar con gente de la calle. Sólo que ya sabía de sobra qué tipo de personaje arriesgaba con ser. No por nada está uno en la calle. Si ella casi había pensado terminar en la calle. Por el rechazo. De los demás. De sí mismo. Hecho carne. Por la quebradura. Que a veces hunde. Del todo. Eso con que había lidiado, y había soslayado con dar dinero. Con darles dinero a las únicas personas que podían verdaderamente, fundamentalmente, ayudarla. El tipo seguía mirándola de manera extraña. Sin que él ni lo notara. De manera ni agresiva ni nada, mas inquietante, sí. Una manera en que una con costumbre ya sabe que tiene que mantener alto el nivel de vigilancia porque en cualquier momento puede explotar la agresión. Él estaba con su rutina. Su amigo músico. Su amigo con edad de casi padre. Las chifladas que le invitaban a una noche de orgía. El amigo de ella estaba comiendo salchichón. Y ella a quien le dolía la panza. ¿Que si blanco o tinto? Bueno…
 
Y lo que tenía que pasar pasó. Como se le había derrumbado el piso, como no sabía más de dónde agarrarse, se acercó al tipo. Vio el cuaderno. Hermoso. De potencia. Preguntó si lo podía abrir. Leer. Sí. Empezó a leer. Maravilloso. Brutal. Ya. No se había equivocado. Ahí se estaba viviendo por otro lado, otro mundo. Se contaban cosas de mente más allá. La pegó fuerte. Empezaron a intercambiar. Ella le decía que tenía que enseñarle esto a un editor. Él le decía que estaba buscando a un editor. Que no sabía cómo hacer para encontrar a uno. Ella tampoco. Ya. Eso tampoco sabía. Estaban sentados el uno al lado del otro. En el piso. Delante de una puerta. De eso se acordaba. Algo se dijo de hermano o hermana. Ella le tenía miedo al momento en qué él se desahogara del odio a sí mismo sobre ella. Sabía que esto iba a pasar. Que esto tenía que pasar. Siempre encontrar a quien la odiara. Para no perder la costumbre. Nunca lo había pensado tan así. Mas algo de ello era cierto. Le habían vertido ya tanto odio. Hay quienes hacen el amor y quienes hacen el odio. Empezaba a tener miedo. Quería que él viniera a salvarla del otro. Silenciosamente llamaba a esto. Mas él no estaba.
 
Por fin cerraron el bar. Se fueron casi todos. Sólo quedaban ellos tres más el tipo, y un par de personas más. Quería que se fueran ya. Se fueron. Por fin. Al día siguiente era el ritual de las ostras al mediodía. El amigo suyo había dormido en el salón, en el piso. Como momia arrinconado en su bolsa de dormir. Le causaba mucha risa a ella. No pudo no despertarlo tirándole cojines, cuando antes él había estado preparando café sin hacer casi ruido. ¡Pero ya, había que despertarse, todos, para lo de las ostras! Se fueron los tres al mercado cubierto que quedaba a unas pocas calles. Salió el tema “hammam”  al pasar delante del de la calle. Explicó él cómo funcionaba en Argelia. Cómo había ido desde niño con su mamá. En lo de las mujeres. Y luego en lo de los hombres. Explicó cómo todo esto del cuerpo, compartido primero con la madre y las mujeres, y luego con las personas del mismo sexo, hacía de ello, lo del cuerpo, algo social. Ella no sabía. Tenía muy pocos conocimientos de la cultura transmediterránea. Le gustó mucho que contara eso. Cómo lo contó. Le alborotó algo, eso sí, lo que había edificado mentalmente de la relación de él con su cuerpo, y con el cuerpo de ella. Se quedó algo alterada. Algo no cuajaba. Entre el entender que tenía él – cuando no lo tenía ella – y su forma de vivirlo. No lo supo interpretar. En aquel momento, no. Luego sí, se le aclaró. No se había equivocado tanto.
Llegaron al mercado cubierto. En el bar habitual de él, ya estaba su amigo con edad de casi padre. Tomando vino blanco. Había mucha gente en la barra, y poco espacio libre. Se sentaron en una mesa. Mas los dos chicos decían que en un mercado no tenía sentido sentarse en una mesa. Se instalaron en un rincón de la barra. Medio entre la basura. A ella no le gustaban las ostras. Medio complicado para el ritual de las ostras. Otra vez sin poder conformarse con lo de los demás. Le daba bronca. Pidió cangrejo. Pinzas de cangrejo. Él decía que no podía comer cangrejo. Que no podía comer de sus compatriotas. Él se sentía cangrejo. Ella no lo entendía muy bien. Inclusive había escrito un texto sobre el Rey de los Cangrejos. Lo había grabado en vídeo. Tampoco lo había entendido muy bien. Decía él que tenía que ver con la forma de caminar de los cangrejos. De lado. Tampoco entendía muy bien la metáfora. Ella no más era funámbula. Luego, en otro momento, le recordó cómo, mediante un texto, pidiéndole si estaría de acuerdo para leerlo, se había vuelto a acercar a ella, después de ocho años casi sin verse. Ahí había empezado a entender. Algo mejor. Ella comía las pinzas de cangrejo y charlaba con su amigo. Había mucho ruido en el mercado cubierto. A la vez estaba feliz con estar ahí y a la vez sentía que la felicidad era de él, mas no tanto de ella. Hubiera querido sentirse súper a gusto en ese lugar tan simpático, con él, y su amigo. Mas era mucho ruido y mucha gente y mucha energía. Y ella aun estaba como luchando para mantener el estado de post-muerte. Luchaba porque quería sentirse a gusto. Quería. Mas no lo conseguía del todo. Realísticamente, no lo conseguía. Y por más que fuera la única en notarlo, lo notaba. Y le dolía. Notarlo. Notar que no conseguía estar igual de feliz que los demás. Por más que fuera en un lugar bonito con gente linda. Pidieron café con postre ella y su amigo. El camarero ya había pasado su horario. Ya empezaba a estar de mala leche. La afectó. Casi se estaba disculpando por haber pedido aquel café. Pero se mordía la boca para tampoco caer en lo ridículo. El no comía postre. Sólo fumaba tabaco de liar.
Salieron los tres a tomar otro café. Uno más. Para él, tomar café era una actividad como otra cualquiera. Ella ya estaba medio harta de cafés. Quería dulce. Chocolate o algo. Empezaba a lloviznar. ¡En la ciudad de microclima! El cielo era muy gris. Para mayo. Y se llevaba ella la bronca de sentirse medio mal cuando no más estaba con él y su amigo. ¡Qué bronca! ¡Qué derecho a sentirse mal entre semejante lujo de personas! Llegaron a casa de él. A lo loco, hizo algo loco. Muy loco. ¡Algo que ni ella le había pedido! ¡Mas que pensó él que le había pedido ella! ¡Hizo un concierto con guitarra, micrófono, máquina grabadora! ¡En el salón! ¡Para ellos dos, el amigo y ella!
¡Sacó la cámara ella! Ahí sí que iba a poder salvarse. Además algo de ese momento de locura linda había que resguardar del olvido. ¡Foto!
  
 
 
 
 
 
 
Rencontre à travers le temps (XI)
 
Comme il fallait s’y attendre il a en partie disparu. Avec ses gens à lui. Dans son endroit à lui. Il avait déjà été suffisamment patient avec ce charabia du tango. Et elle, dans tout ça, toute seule. Même si son ami était là. A cause du sol effondré sous ses pieds. Et elle voyait déjà les oiseaux de nuit s’approcher. Un jeune type plus ou moins inquiétant voulait déjà boire dans son verre. Il était pieds nus. Il vivait certainement dans la rue. Non pas qu’elle ait eu quelque chose contre les gens qui vivent dans la rue, ou qu’elle refusât par principe de leur parler. Juste qu’elle savait plus qu’il n’en fallait quel genre de personnage ça risquait d’être. C’est pas pour rien qu’on est dans la rue. Elle avait bien eu peur de finir elle-même dans la rue. A cause du rejet. Des autres. De soi. Fait chair. A cause de la cassure. Qui parfois engloutit. Complètement. Ce avec quoi elle avait flirté, et qu’elle avait évité en payant. Juste en payant les seules personnes qui pouvaient véritablement, fondamentalement, l’aider. Le type continuait de la regarder bizarrement. Sans qu’il ne s’en rende compte, lui. Pas de façon agressive ni rien dans le genre, juste inquiétante, c’est ça. D’une façon qui fait que quelqu’un qui y est habitué sait qu’il faut garder élevé le niveau de vigilance, parce que l’agression peut exploser à n’importe quel moment. Lui, il était dans son jus. Son copain musicien. Son copain à l’âge d’être presque son père. Les barjots qui l’invitaient à une partouze. Et son ami à elle était en train de manger du saucisson. Elle, elle avait mal au ventre. Du rouge ou du blanc ?! Bah…
Et ce qui devait arriver est arrivé. Comme le sol s’était effondré, comme elle ne savait plus à quoi s’accrocher, elle s’est approchée du type. Elle a vu le carnet. Magnifique. Puissant. Elle a demandé si elle pouvait l’ouvrir. Lire. Oui. Elle a commencé à lire. Brillant. Brutal. Ouais. Elle ne s’était pas trompée. Là il y avait quelqu’un qui vivait de l’autre côté. On y racontait les choses d’un esprit au-delà. Ça l’a sévèrement impactée. Ils ont commencé à échanger. Elle lui disait qu’il fallait qu’il montre ça à un éditeur. Il lui disait qu’il cherchait un éditeur. Qu’il ne savait pas comment faire. OK. Elle non plus. Ça, elle ne savait pas. Ils étaient assis l’un à côté de l’autre. Par terre. Devant une porte. Elle se souvenait de ça. Quelque chose a été dit de frère ou sœur. Elle avait peur du moment où il déverserait sa haine de lui, sur elle. Elle savait que ça allait arriver. Ça devait arriver. Toujours rencontrer quelqu’un qui la haïrait. Pour ne pas perdre l’habitude. Elle n’y avait jamais vraiment pensé comme ça. Mais il y avait de ça. Elle avait déjà reçu tellement de haine. Il y en a qui font l’amour et d’autres qui font la haine. Elle commençait à avoir peur. Elle voulait qu’il vienne, lui, la sauver de l’autre. De façon silencieuse, c’est ça qu’elle appelait. Mais il n’y était pas.
Le bar a enfin fermé. Presque tout le monde est parti. Il ne restait plus qu’eux trois avec le type, et quelques personnes. Elle voulait rentrer tout de suite. Ils sont rentrés. Enfin. Le lendemain c’était le jour des huitres à midi. Son ami avait dormi dans le salon, par terre. Comme une momie, enroulé dans son sac de couchage. Encore une fois, il la faisait bien rire. Elle n’a donc pas pu s’empêcher de le réveiller en lui lançant des coussins. Alors que lui, à l’inverse, avait préparé le café en faisant presqu’aucun bruit. Mais bon, c’était l’heure de se lever, tous, pour aller manger les huitres ! Ils sont allés tous les trois au marché couvert qui était à quelques rues. Le sujet « hammam » a fait irruption dans la conversation quand ils sont passés devant celui de la rue. Il a expliqué comment ça se passait en Algérie. Comment il y était allé depuis tout petit avec sa mère. Avec les femmes. Et après avec les hommes. Il a expliqué comment toute cette chose du corps, partagée d’abord avec la mère et les femmes, puis avec les personnes du même sexe, faisait du corps quelque chose de social. Elle ne savait pas, ça. Elle savait très peu de choses de la culture transméditerranéenne. Elle a aimé qu’il raconte ça. Sa façon de le raconter. En même temps ça a un peu chamboulé ce qu’elle avait échafaudé de sa relation à lui à son corps, et aussi à son corps à elle. Elle en est restée un peu ébranlée. Il y avait quelque chose qui ne collait pas. Entre sa façon de raconter le corps – qu’elle, elle n’avait pas – et sa façon de le vivre. Elle n’a pas bien su comment l’interpréter. A ce moment-là, non. Ensuite si, ça s’est éclairci. Elle ne s’était pas tant trompée.
Ils sont arrivés au marché couvert. Dans son stand habituel, son ami à l’âge d’être presque son père était déjà là. A boire un verre de blanc. Il y avait beaucoup de monde au comptoir, et pas beaucoup de place. Ils se sont assis à une table. Mais les deux jeunes-hommes disaient que ça n’avait aucun sens de s’assoir à une table, dans un marché couvert. Ils se sont mis au comptoir, dans un coin. Plus ou moins au milieu des déchets. Elle, elle n’aimait pas les huitres. Pas très pratique pour le rituel des huitres. Encore une fois sans pouvoir faire comme les autres. Ca la mettait en colère. Elle a demandé du crabe. Des pinces de crabe. Lui, il disait qu’il ne pouvait pas manger de crabe. Qu’il ne pouvait pas manger ses compatriotes. Il se sentait crabe. Elle ne comprenait pas très bien. Il avait même écrit un texte sur le Roi des Crabes. En avait fait une vidéo. Elle n’avait pas non plus très bien compris. Il disait que c’était à cause de leur façon de se déplacer. Sur le côté. Elle n’avait pas non plus bien compris la métaphore. Elle était juste funambule. Ensuite, à un autre moment, il lui a rappelé comment, en se servant d’un texte, en lui demandant si elle voudrait bien le lui lire, il s’était rapproché d’elle, après huit ans sans s’être pratiquement vus. Elle avait commencé à comprendre. Un peu. Elle mangeait ses pinces de crabe et elle discutait avec son ami. Il y avait beaucoup de bruit dans le marché couvert. Elle était contente d’être là, mais en même temps elle sentait que cette joie était à lui, pas tant à elle. Elle aurait voulu se sentir vraiment bien dans cet endroit si sympathique, avec lui, et avec son ami. Mais il y avait beaucoup de bruit et beaucoup de gens et beaucoup d’énergie. Et elle, elle en était encore à essayer de maintenir son état d’après la mort. Elle luttait parce qu’elle voulait se sentir bien. Elle voulait. Mais elle n’y arrivait pas totalement. Réellement, elle n’y arrivait pas. Et même si elle était la seule à s’en rendre compte, elle s’en rendait compte. Et ça lui faisait mal. De s’en rendre compte. De se rendre compte qu’elle n’arrivait pas à être heureuse comme les autres. Même si elle était dans un endroit super avec des gens super. Elle et son ami ont demandé un café avec un dessert. Le serveur avait déjà dépassé son horaire. Il commençait à être de mauvais poil. Ça l’a affectée. Elle était presque déjà en train de s’excuser d’avoir demandé ce café. Mais elle se mordait la langue pour ne pas non plus tomber dans le grotesque. Lui, il ne mangeait pas de dessert. Juste il fumait du tabac à rouler.
Ils sont sortis tous les trois pour aller prendre un autre café. Un de plus. Pour lui, prendre un café était une activité comme une autre. Elle, elle en avait un peu marre des cafés. Elle voulait du sucré. Du chocolat ou n’importe quoi. Il commençait à pleuvioter. Dans la ville au microclimat ! Le ciel était très gris. Pour un mois de mai. Et elle, elle était dans cette colère parce qu’elle se sentait à moitié mal alors qu’elle n’était qu’avec lui et son ami à elle. Bon sang ! Comment se sentir mal dans un tel luxe de personnes ! Ils sont arrivés chez lui. De façon folle, il a fait quelque chose de fou. De très fou. Quelque chose qu’elle ne lui avait même pas demandé ! Mais qu’il a pensé qu’elle lui avait demandé ! Il a fait un concert avec guitare, micro, boucleur ! Dans le salon ! Juste pour eux deux, son ami et elle !
Elle a sorti son appareil photo ! De cette façon, si, elle allait pouvoir s’en tirer. En plus il fallait bien sauver de l’oubli quelque chose de ce moment de beauté folle. Photo !
 
 
 

1 commentaire:

Miguel Ángel Maya a dit…

...Je crois que je t'aime...
;-)