Como
era de esperar desapareció en parte él. Con su gente. En su lugar. Ya había
sido lo suficientemente paciente con aquel sinsentido del tango. Y ella, ahí,
sola. Por más que estuviera el amigo. Con lo del piso derrumbado. Notaba cómo
se le estaban acercando ya los pájaros de noche. Ya quería beber en su vaso un tipo
joven medio inquietante. Descalzo. Uno que tenía toda la pinta de estar
viviendo en la calle. No que tuviera ella nada en contra, o no quisiera
intercambiar con gente de la calle. Sólo que ya sabía de sobra qué tipo de
personaje arriesgaba con ser. No por nada está uno en la calle. Si ella casi
había pensado terminar en la calle. Por el rechazo. De los demás. De sí mismo.
Hecho carne. Por la quebradura. Que a veces hunde. Del todo. Eso con que había
lidiado, y había soslayado con dar dinero. Con darles dinero a las únicas
personas que podían verdaderamente, fundamentalmente, ayudarla. El tipo seguía mirándola
de manera extraña. Sin que él ni lo notara. De manera ni agresiva ni nada, mas
inquietante, sí. Una manera en que una con costumbre ya sabe que tiene que
mantener alto el nivel de vigilancia porque en cualquier momento puede explotar
la agresión. Él estaba con su rutina. Su amigo músico. Su amigo con edad de
casi padre. Las chifladas que le invitaban a una noche de orgía. El amigo de
ella estaba comiendo salchichón. Y ella a quien le dolía la panza. ¿Que si
blanco o tinto? Bueno…
Y lo
que tenía que pasar pasó. Como se le había derrumbado el piso, como no sabía más
de dónde agarrarse, se acercó al tipo. Vio el cuaderno. Hermoso. De potencia.
Preguntó si lo podía abrir. Leer. Sí. Empezó a leer. Maravilloso. Brutal. Ya.
No se había equivocado. Ahí se estaba viviendo por otro lado, otro mundo. Se
contaban cosas de mente más allá. La pegó fuerte. Empezaron a intercambiar. Ella
le decía que tenía que enseñarle esto a un editor. Él le decía que estaba buscando
a un editor. Que no sabía cómo hacer para encontrar a uno. Ella tampoco. Ya.
Eso tampoco sabía. Estaban sentados el uno al lado del otro. En el piso.
Delante de una puerta. De eso se acordaba. Algo se dijo de hermano o hermana.
Ella le tenía miedo al momento en qué él se desahogara del odio a sí mismo
sobre ella. Sabía que esto iba a pasar. Que esto tenía que pasar. Siempre
encontrar a quien la odiara. Para no perder la costumbre. Nunca lo había
pensado tan así. Mas algo de ello era cierto. Le habían vertido ya tanto odio.
Hay quienes hacen el amor y quienes hacen el odio. Empezaba a tener miedo.
Quería que él viniera a salvarla del otro. Silenciosamente llamaba a esto. Mas
él no estaba.
Por
fin cerraron el bar. Se fueron casi todos. Sólo quedaban ellos tres más el
tipo, y un par de personas más. Quería que se fueran ya. Se fueron. Por fin. Al
día siguiente era el ritual de las ostras al mediodía. El amigo suyo había
dormido en el salón, en el piso. Como momia arrinconado en su bolsa de dormir.
Le causaba mucha risa a ella. No pudo no despertarlo tirándole cojines, cuando antes
él había estado preparando café sin hacer casi ruido. ¡Pero ya, había que
despertarse, todos, para lo de las ostras! Se fueron los tres al mercado
cubierto que quedaba a unas pocas calles. Salió el tema “hammam” al pasar delante del de la calle. Explicó él
cómo funcionaba en Argelia. Cómo había ido desde niño con su mamá. En lo de las
mujeres. Y luego en lo de los hombres. Explicó cómo todo esto del cuerpo,
compartido primero con la madre y las mujeres, y luego con las personas del
mismo sexo, hacía de ello, lo del cuerpo, algo social. Ella no sabía. Tenía muy
pocos conocimientos de la cultura transmediterránea. Le gustó mucho que contara
eso. Cómo lo contó. Le alborotó algo, eso sí, lo que había edificado
mentalmente de la relación de él con su cuerpo, y con el cuerpo de ella. Se
quedó algo alterada. Algo no cuajaba. Entre el entender que tenía él – cuando no
lo tenía ella – y su forma de vivirlo. No lo supo interpretar. En aquel
momento, no. Luego sí, se le aclaró. No se había equivocado tanto.
Llegaron al mercado cubierto. En el bar
habitual de él, ya estaba su amigo con edad de casi padre. Tomando vino blanco.
Había mucha gente en la barra, y poco espacio libre. Se sentaron en una mesa.
Mas los dos chicos decían que en un mercado no tenía sentido sentarse en una
mesa. Se instalaron en un rincón de la barra. Medio entre la basura. A ella no
le gustaban las ostras. Medio complicado para el ritual de las ostras. Otra vez
sin poder conformarse con lo de los demás. Le daba bronca. Pidió cangrejo.
Pinzas de cangrejo. Él decía que no podía comer cangrejo. Que no podía comer de
sus compatriotas. Él se sentía cangrejo. Ella no lo entendía muy bien.
Inclusive había escrito un texto sobre el Rey de los Cangrejos. Lo había
grabado en vídeo. Tampoco lo había entendido muy bien. Decía él que tenía que
ver con la forma de caminar de los cangrejos. De lado. Tampoco entendía muy
bien la metáfora. Ella no más era funámbula. Luego, en otro momento, le recordó
cómo, mediante un texto, pidiéndole si estaría de acuerdo para leerlo, se había
vuelto a acercar a ella, después de ocho años casi sin verse. Ahí había
empezado a entender. Algo mejor. Ella comía las pinzas de cangrejo y charlaba
con su amigo. Había mucho ruido en el mercado cubierto. A la vez estaba feliz
con estar ahí y a la vez sentía que la felicidad era de él, mas no tanto de
ella. Hubiera querido sentirse súper a gusto en ese lugar tan simpático, con
él, y su amigo. Mas era mucho ruido y mucha gente y mucha energía. Y ella aun
estaba como luchando para mantener el estado de post-muerte. Luchaba porque
quería sentirse a gusto. Quería. Mas no lo conseguía del todo. Realísticamente,
no lo conseguía. Y por más que fuera la única en notarlo, lo notaba. Y le dolía.
Notarlo. Notar que no conseguía estar igual de feliz que los demás. Por más que
fuera en un lugar bonito con gente linda. Pidieron café con postre ella y su
amigo. El camarero ya había pasado su horario. Ya empezaba a estar de mala
leche. La afectó. Casi se estaba disculpando por haber pedido aquel café. Pero
se mordía la boca para tampoco caer en lo ridículo. El no comía postre. Sólo
fumaba tabaco de liar.
Salieron los tres a tomar otro café. Uno más.
Para él, tomar café era una actividad como otra cualquiera. Ella ya estaba
medio harta de cafés. Quería dulce. Chocolate o algo. Empezaba a lloviznar. ¡En
la ciudad de microclima! El cielo era muy gris. Para mayo. Y se llevaba ella la
bronca de sentirse medio mal cuando no más estaba con él y su amigo. ¡Qué
bronca! ¡Qué derecho a sentirse mal entre semejante lujo de personas! Llegaron
a casa de él. A lo loco, hizo algo loco. Muy loco. ¡Algo que ni ella le había
pedido! ¡Mas que pensó él que le había pedido ella! ¡Hizo un concierto con
guitarra, micrófono, máquina grabadora! ¡En el salón! ¡Para ellos dos, el amigo
y ella!
¡Sacó la cámara ella! Ahí sí que iba a poder
salvarse. Además algo de ese momento de locura linda había que resguardar del
olvido. ¡Foto!
Rencontre à travers le temps (XI)
Comme il fallait s’y
attendre il a en partie disparu. Avec ses gens à lui. Dans son endroit à lui.
Il avait déjà été suffisamment patient avec ce charabia du tango. Et elle, dans
tout ça, toute seule. Même si son ami était là. A cause du sol effondré sous
ses pieds. Et elle voyait déjà les oiseaux de nuit s’approcher. Un jeune type
plus ou moins inquiétant voulait déjà boire dans son verre. Il était pieds nus.
Il vivait certainement dans la rue. Non pas qu’elle ait eu quelque chose contre
les gens qui vivent dans la rue, ou qu’elle refusât par principe de leur
parler. Juste qu’elle savait plus qu’il n’en fallait quel genre de personnage
ça risquait d’être. C’est pas pour rien qu’on est dans la rue. Elle avait bien
eu peur de finir elle-même dans la rue. A cause du rejet. Des autres. De soi.
Fait chair. A cause de la cassure. Qui parfois engloutit. Complètement. Ce avec
quoi elle avait flirté, et qu’elle avait évité en payant. Juste en payant les
seules personnes qui pouvaient véritablement, fondamentalement, l’aider. Le
type continuait de la regarder bizarrement. Sans qu’il ne s’en rende compte,
lui. Pas de façon agressive ni rien dans le genre, juste inquiétante, c’est ça.
D’une façon qui fait que quelqu’un qui y est habitué sait qu’il faut garder élevé
le niveau de vigilance, parce que l’agression peut exploser à n’importe quel
moment. Lui, il était dans son jus. Son copain musicien. Son copain à l’âge
d’être presque son père. Les barjots qui l’invitaient à une partouze. Et son
ami à elle était en train de manger du saucisson. Elle, elle avait mal au
ventre. Du rouge ou du blanc ?! Bah…
Et ce qui devait
arriver est arrivé. Comme le sol s’était effondré, comme elle ne savait plus à
quoi s’accrocher, elle s’est approchée du type. Elle a vu le carnet.
Magnifique. Puissant. Elle a demandé si elle pouvait l’ouvrir. Lire. Oui. Elle
a commencé à lire. Brillant. Brutal. Ouais. Elle ne s’était pas trompée. Là il
y avait quelqu’un qui vivait de l’autre côté. On y racontait les choses d’un
esprit au-delà. Ça l’a sévèrement impactée. Ils ont commencé à échanger. Elle
lui disait qu’il fallait qu’il montre ça à un éditeur. Il lui disait qu’il
cherchait un éditeur. Qu’il ne savait pas comment faire. OK. Elle non plus. Ça,
elle ne savait pas. Ils étaient assis l’un à côté de l’autre. Par terre. Devant
une porte. Elle se souvenait de ça. Quelque chose a été dit de frère ou sœur.
Elle avait peur du moment où il déverserait sa haine de lui, sur elle. Elle savait
que ça allait arriver. Ça devait arriver. Toujours rencontrer quelqu’un qui la
haïrait. Pour ne pas perdre l’habitude. Elle n’y avait jamais vraiment pensé
comme ça. Mais il y avait de ça. Elle avait déjà reçu tellement de haine. Il y
en a qui font l’amour et d’autres qui font la haine. Elle commençait à avoir
peur. Elle voulait qu’il vienne, lui, la sauver de l’autre. De façon
silencieuse, c’est ça qu’elle appelait. Mais il n’y était pas.
Le bar a enfin fermé.
Presque tout le monde est parti. Il ne restait plus qu’eux trois avec le type,
et quelques personnes. Elle voulait rentrer tout de suite. Ils sont rentrés.
Enfin. Le lendemain c’était le jour des huitres à midi. Son ami avait dormi
dans le salon, par terre. Comme une momie, enroulé dans son sac de couchage. Encore
une fois, il la faisait bien rire. Elle n’a donc pas pu s’empêcher de le
réveiller en lui lançant des coussins. Alors que lui, à l’inverse, avait préparé
le café en faisant presqu’aucun bruit. Mais bon, c’était l’heure de se lever,
tous, pour aller manger les huitres ! Ils sont allés tous les trois au
marché couvert qui était à quelques rues. Le sujet « hammam » a fait
irruption dans la conversation quand ils sont passés devant celui de la rue. Il
a expliqué comment ça se passait en Algérie. Comment il y était allé depuis
tout petit avec sa mère. Avec les femmes. Et après avec les hommes. Il a
expliqué comment toute cette chose du corps, partagée d’abord avec la mère et
les femmes, puis avec les personnes du même sexe, faisait du corps quelque
chose de social. Elle ne savait pas, ça. Elle savait très peu de choses de la
culture transméditerranéenne. Elle a aimé qu’il raconte ça. Sa façon de le
raconter. En même temps ça a un peu chamboulé ce qu’elle avait échafaudé de sa
relation à lui à son corps, et aussi à son corps à elle. Elle en est restée un
peu ébranlée. Il y avait quelque chose qui ne collait pas. Entre sa façon de raconter
le corps – qu’elle, elle n’avait pas – et sa façon de le vivre. Elle n’a pas bien
su comment l’interpréter. A ce moment-là, non. Ensuite si, ça s’est éclairci.
Elle ne s’était pas tant trompée.
Ils sont arrivés au
marché couvert. Dans son stand habituel, son ami à l’âge d’être presque son
père était déjà là. A boire un verre de blanc. Il y avait beaucoup de monde au
comptoir, et pas beaucoup de place. Ils se sont assis à une table. Mais les
deux jeunes-hommes disaient que ça n’avait aucun sens de s’assoir à une table,
dans un marché couvert. Ils se sont mis au comptoir, dans un coin. Plus ou
moins au milieu des déchets. Elle, elle n’aimait pas les huitres. Pas très
pratique pour le rituel des huitres. Encore une fois sans pouvoir faire comme
les autres. Ca la mettait en colère. Elle a demandé du crabe. Des pinces de
crabe. Lui, il disait qu’il ne pouvait pas manger de crabe. Qu’il ne pouvait
pas manger ses compatriotes. Il se sentait crabe. Elle ne comprenait pas très
bien. Il avait même écrit un texte sur le Roi des Crabes. En avait fait une
vidéo. Elle n’avait pas non plus très bien compris. Il disait que c’était à
cause de leur façon de se déplacer. Sur le côté. Elle n’avait pas non plus bien
compris la métaphore. Elle était juste funambule. Ensuite, à un autre moment,
il lui a rappelé comment, en se servant d’un texte, en lui demandant si elle
voudrait bien le lui lire, il s’était rapproché d’elle, après huit ans sans
s’être pratiquement vus. Elle avait commencé à comprendre. Un peu. Elle
mangeait ses pinces de crabe et elle discutait avec son ami. Il y avait
beaucoup de bruit dans le marché couvert. Elle était contente d’être là, mais
en même temps elle sentait que cette joie était à lui, pas tant à elle. Elle
aurait voulu se sentir vraiment bien dans cet endroit si sympathique, avec lui,
et avec son ami. Mais il y avait beaucoup de bruit et beaucoup de gens et
beaucoup d’énergie. Et elle, elle en était encore à essayer de maintenir son
état d’après la mort. Elle luttait parce qu’elle voulait se sentir bien. Elle
voulait. Mais elle n’y arrivait pas totalement. Réellement, elle n’y arrivait
pas. Et même si elle était la seule à s’en rendre compte, elle s’en rendait
compte. Et ça lui faisait mal. De s’en rendre compte. De se rendre compte
qu’elle n’arrivait pas à être heureuse comme les autres. Même si elle était
dans un endroit super avec des gens super. Elle et son ami ont demandé un café
avec un dessert. Le serveur avait déjà dépassé son horaire. Il commençait à
être de mauvais poil. Ça l’a affectée. Elle était presque déjà en train de
s’excuser d’avoir demandé ce café. Mais elle se mordait la langue pour ne pas
non plus tomber dans le grotesque. Lui, il ne mangeait pas de dessert. Juste il
fumait du tabac à rouler.
Ils sont sortis tous
les trois pour aller prendre un autre café. Un de plus. Pour lui, prendre un
café était une activité comme une autre. Elle, elle en avait un peu marre des
cafés. Elle voulait du sucré. Du chocolat ou n’importe quoi. Il commençait à
pleuvioter. Dans la ville au microclimat ! Le ciel était très gris. Pour
un mois de mai. Et elle, elle était dans cette colère parce qu’elle se sentait
à moitié mal alors qu’elle n’était qu’avec lui et son ami à elle. Bon sang ! Comment
se sentir mal dans un tel luxe de personnes ! Ils sont arrivés chez lui.
De façon folle, il a fait quelque chose de fou. De très fou. Quelque chose
qu’elle ne lui avait même pas demandé ! Mais qu’il a pensé qu’elle lui
avait demandé ! Il a fait un concert avec guitare, micro, boucleur !
Dans le salon ! Juste pour eux deux, son ami et elle !
Elle a sorti son
appareil photo ! De cette façon, si, elle allait pouvoir s’en tirer. En
plus il fallait bien sauver de l’oubli quelque chose de ce moment de beauté
folle. Photo !
1 commentaire:
...Je crois que je t'aime...
;-)
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