Igual que le gustó la forma de regalar café en
aquella casa-áfrica: agua caliente, café soluble, azúcar en polvo de color
dudoso en pote de vidrio igual de dudoso. Le encantó a ella. Encima era regalo.
Ambos tomaron dos. Cafés. Ya era muy tarde. Pero sí en un horario muy madrileño.
Salieron a la calle. Dejaron el barrio de él para visitar los lugares más
conocidos. Es cierto que las plazuelas le encantaron a ella. Por más que fuera
muy limpito todo.
Llegaron a eso del espejo de agua. Ella no lo entendía
muy bien. ¿Qué iba a ser? Había un montón de niños descalzos. Jugando,
corriendo, riendo. Sacó la cámara. Sacó reflejos, sobre todo. Los cuerpos al
revés, los colores alargándose. Estaba al acecho de las sonrisas enloquecidas
por el instante de agua. Cazó unas cuantas. Cuando le dijo él que la iba a
llevar a un lugar argentino. ¿Cómo resistir? Un lugar donde armaban milongas.
Se sentaron en la terraza del lugar. ¡Para nada era argentino! Le causó risa a
ella. Por lo de la confusión entre deseo y realidad - de él, para ella. Intuyó
que era el principio de una larga serie de historias por el estilo. Mas le gustaba
tanto el entusiasmo desconectado de él. Reanudaron el paseo en busca de algún
lugar donde darle su secunda clase de tango - que luego resultó ser la última.
La llevó a una plazuela donde dijo que solían venir viejas prostitutas. No supo
muy bien cómo tomárselo - ¡con eso del tango! Empezaron. Tenía algo de aprensión
ella. Mas iba mucho mejor. Todo. El tango de él. La postura. La coordinación. Mientras
los iba mirando una mujer mayor. ¿Que si era tango lo que hacían? ¿Que si era
tango argentino? Ella bailaba tango francés. Sí, argentino era. Intentaba
serlo. Mas la lección no podía durar mucho, porque a la noche venían a cenar
amigos de él, y había que preparar la comida. Otra vez la comida. Regresaron a
casa de él.
Abrió una botella de vino blanco apenas llegar.
Para tomar al preparar la comida. A ella le gustó. No conocía aquella forma de
hacer. En el menú había merguez selecta con puré casera de papás y cebolla, y
ensalada. El amigo vino con tinto. Un Rioja. Entre todos discutieron sobre qué
vino tomar primero. Si el Cahors de él o el Rioja del amigo. Ella decía que el
Rioja secundo. Ellos que primero. Al final coincidieron con lo que decía ella.
No estaba acostumbrada a que se escuchara y aprobara su opinión. El Rioja
secundo. Se la pasaron muy bien los cuatro, con la novia del amigo. Hacía mucho
que no se sentía tan bien ella con gente nueva, que le presentaban, le imponían.
Al día siguiente quiso ella mirar cuáles eran los
lugares de danza en la ciudad. A ver si se podía armar algo. Visitaron tres
lugares. Ninguno estaba abierto. Tomaron bici. Quería él que tomaran bici. Estaba
en plan: visita turística. Le enseñó la Plaza de la Victoria. ¡Qué cosa! Todo.
Le quería enseñar todo. Para ella, en realidad, era mucho. Toda la ciudad en
bici. Cuando lo único a que aspiraba era reanudar con su estado meditativo. O
visitarle a él. Eso sí. Por eso estaba. Para eso había venido. No tanto para visitar
aquella ciudad fortuita que no le despertaba ninguna sensación de ensueño.
Empezó a sentirse medio mal. Por lo de cierta frenesís de él. Que notaba ella
que era algo forzada - por más que sabía que seguramente él no lo podía sentir.
Estaba como enloquecido de energía. Mientras sentía ella que se le estaban quitando
las fuerzas. Por fin regresaron a casa de él.
A la noche ella quería ir a la milonga. A comprobar
cómo era el tango ahí. Estaría también su mejor amigo. Fue a arreglarse. Para
lo del tango había que arreglarse. Especialmente. Le parecía tan injusto.
Intentó hacerse algo linda. Le dijo él que estaba muy linda. Como si hubiera
adivinado. La inquietud. La misión imposible. Por más que se hubiera puesto
carmín en la boca. Tomaron el tranvía. La milonga quedaba lejos. Llegaron a un
lugar medio desértico. Afuera de la ciudad. El tipo de lugar que a ella no le
gustaba para nada. Ya era mala señal. Llegaron delante del centro cultural
social. De lo más improbable. Llegaba la angustia. Lo sentía. La que le generaba
en general el mundillo del tango, en Francia. Encima en presencia de él. Haberlo
llevado, a él, a esto. Muy mal… Ya acompañarla al tango era medio complicado más
encima a un lugar tan así… Y de hecho la milonga era tal y como era de esperar.
Un desastre. Y sin embargo algo
había que hacer. Bailó. Dos veces. Con dos hombres. No tenía ningún sentido
aquello. Una bailarina no puede ir así, a una milonga, sea cual sea, como una que
no es bailarina. Otra vez, con el tango, con la vida, la suya, no había podido
no equivocarse de lugar. Le dio bronca. Mucho. Consigo misma. Le dio vergüenza.
Respecto a él. Ella, ya estaba acostumbrada. Mas delante suyo… Llegó el amigo.
Como mínimo podía reírse con él. Por más que siguiera enojada por la
equivocación. De lugar. De ella. Dentro de la danza. Dentro del marco social de
la danza. La tontería de no tener con quien bailar. Lo que bailaba ella. En medio
de gente que estaba, eso sí, ellos, en su sitio. La tontería de ser la única en
estar desubicada. Ya. Cuando no aquella gente que apenas bailaba. De sobra sabía.
Y él, encima de todo, espectador de aquel sinsentido… Sin posibilidad alguna de
beber la más mínima gota de vino… Se fueron. Por lo del tranvía de la
Cenicienta. Afortunadamente. Regresaron a la ciudad. A tomar vino. Cuando lo único
que quería ella, era acostarse ya. Cortarla. Olvidar.
Fueron a un bar donde él conocía un montón de
gente. A ella le empezaba a doler la panza. No lo supo decir. Por lo de la
bronca. Consigo misma. Sentía que se le derrumbaba el piso debajo de los pies.
No lo pudo decir. Tampoco. Crecía la parálisis. No notó nada él. Siguió eso.
Rencontre à travers le temps (X)
Ce qu’elle avait
aimé aussi dans cette maison-afrique, c’est la façon d’offrir le café : de
l’eau chaude, du café soluble, du sucre en poudre de couleur douteuse dans un
bocal tout aussi douteux. Elle avait adoré. En plus, c’était cadeau. Ils en ont
pris deux tous les deux. Des cafés. Il était déjà tard. En même temps, c’était
un horaire tout à fait madrilène. Ils sont sortis dans la rue. Ils se sont
éloignés de son quartier pour aller visiter les endroits les plus connus. C’est
vrai que toutes les petites places lui ont beaucoup plu, à elle. Même si tout
était bien propret.
Ils sont arrivés
à cette chose du miroir d’eau. Elle ne comprenait pas très bien. Qu’est-ce que
ça pouvait bien être ? Il y avait plein d’enfants pieds nus. En train de
jouer, de courir, de rire. Elle a sorti son appareil photos. Elle a pris des
reflets, surtout. Les corps à l’envers, les couleurs qui s’allongent. Elle
était à l’affût des sourires fous de l’instant d’eau. Elle en a attrapé
quelques-uns. Et puis il lui a dit qu’il allait l’emmener dans un endroit
argentin. Comment résister ? Un endroit où on organisait des milongas. Ils
se sont assis à la terrasse de cet endroit. Il n’était absolument pas argentin !
Ca l’a faite rire. A cause de la confusion du désir et de la réalité - de lui,
pour elle. Elle a eu l’intuition que ce n’était que le début d’une longue série
d’histoires dans le genre. Mais elle aimait tellement son enthousiasme
déconnecté. Ils ont repris la promenade à la recherche d’un endroit où lui
donner sa deuxième leçon de tango - qui s’avéra finalement avoir été la
dernière. Il l’a emmenée sur une petite place où de vieilles prostituées
avaient l’habitude de venir, avait-il dit. Elle n’a pas bien su comment le
prendre - à cause du tango ! Ils ont commencé. Elle appréhendait un peu.
Mais ça allait beaucoup mieux. Tout. Son tango, à lui. La posture. La
coordination. Une vieille femme les regardait. Est-ce que c’était du
tango ? Du tango argentin ? Elle, la vieille femme, elle savait
danser le tango français. Oui, c’était du tango argentin. Ça essayait de l’être.
Mais la leçon ne pouvait pas durer longtemps, parce que des amis à lui venaient
diner le soir, et qu’il fallait aller faire la cuisine. Encore la cuisine. Ils
sont rentrés chez lui.
En rentrant il a
tout de suite ouvert une bouteille de vin blanc. Pour boire en faisant la
cuisine. Ça lui a plu, à elle. Elle ne connaissait pas ça. Au menu, il y avait
merguez de premier choix avec purée de pommes de terre et oignon, et salade.
Son copain avait amené un rouge. Un Rioja. Ils se sont demandé quel vin boire
en premier. Si son Cahors à lui, ou le Rioja de son copain. Elle, elle a dit le
Rioja après. Eux d’abord. Finalement ils ont fait comme elle avait dit. Elle
n’avait pas l’habitude qu’on l’écoute et qu’on soit d’accord avec elle. Le
Rioja après. Ils ont passé un super moment tous les quatre, avec la compagne de
son copain. Ca faisait longtemps qu’elle ne s’était pas sentie aussi bien avec
des gens nouveaux, qu’on lui présentait, qu’on lui imposait.
Le lendemain
elle a voulu regarder les lieux de danse. Pour voir si quelque chose pouvait être
organisé dans cette ville. Ils ont visité trois endroits. Ils étaient tous
fermés. Ils ont pris des vélos. Il avait envie qu’ils prennent des vélos. Il
était en mode : visite touristique. Il lui a fait voir la Place de la
Victoire. Quelle affaire ! Tout. Il voulait tout lui faire voir. Pour elle,
en vrai, ça faisait un peu beaucoup. Toute la ville à vélo. Alors que sa seule
envie était de retourner à son état méditatif. Ou de le visiter, lui. Ça oui.
C’est pour ça qu’elle était là. Qu’elle était venue. Pas tant pour faire la
visite de cette ville fortuite qui ne la faisait absolument pas rêver. Elle a
commencé à se sentir un peu mal. A cause d’une certaine frénésie, dans laquelle
il était, lui. Elle sentait qu’il y avait quelque chose de forcé – même si elle
savait bien qu’il ne s’en rendait sûrement pas compte. Il était tout fou comme d’un
plein d’énergie. Alors qu’elle, elle sentait que les forces la quittaient. Ils
sont enfin rentrés chez lui.
Le soir elle avait
prévu d’aller à la milonga. Pour voir comment était le tango dans cette ville.
Son meilleur ami serait là aussi. Elle est allée se préparer. Pour le tango, il
faut se préparer. Particulièrement. Elle trouvait ça tellement injuste. Elle a
essayé de se faire un peu jolie. Il lui a dit qu’elle était bien jolie. Comme
s’il avait deviné. L’inquiétude. L’impossible mission. Même si elle s’était mise
du rouge aux lèvres. Ils ont été attendre le tram. La milonga était un peu
loin. Ils sont arrivés dans un endroit presque désert. A l’extérieur de la
ville. Le genre d’endroit qu’elle n’aimait pas du tout. C’était déjà un mauvais
présage. Ils sont arrivés devant le centre culturel social. Des plus improbables.
L’angoisse arrivait. Elle le sentait. Celle que lui provoque en général le
petit monde du tango, en France. Et en plus, il était là, lui. L’avoir emmené,
lui, dans un truc pareil… Beuh… Qu’il l’accompagne au tango c’était déjà à
moitié tordu, mais en plus dans un endroit comme ça… Et en effet, la milonga
était telle qu’il fallait s’y attendre. Un désastre. Il fallait bien faire
quelque chose. Elle a dansé. Deux fois. Avec deux hommes. Ça n’avait aucun
sens. Une danseuse ne peut pas se présenter comme ça, dans une milonga, quelle
qu’elle soit, comme si elle n’était pas une danseuse. Une fois de plus, avec le
tango, avec la vie, la sienne, elle n’avait pas su être au bon endroit. Ça l’a
mise en colère. Sacrément. Après elle. Elle a eu honte. Par rapport à lui. Elle,
elle avait l’habitude. Son ami est arrivé. Au moins elle pouvait en rire avec
lui. Même si elle était toujours en colère. De s’être trompée. D’endroit.
D’elle. Dans la danse. Dans l’espace social de la danse. La bêtise de n’avoir
personne avec qui danser. Ce qu’elle avait à danser. Au milieu de gens qui
étaient, ça oui, eux, à leur place. La bêtise d’être la seule à ne pas être à
sa place. Oui. Contrairement à ces gens qui dansaient à peine. Elle ne savait que
ça. Et lui, en plus, spectateur de tout ce charabia… Sans la moindre
possibilité de boire une goutte de vin… Ils sont partis. A cause du tram de
Cendrillon. Heureusement. Ils sont rentrés en ville. Boire du vin. Alors que la
seule chose qu’elle voulait, elle, c’était aller se coucher. Arrêter ça.
Oublier.
Ils sont allés
dans un bar où il connaissait plein de gens. Elle commençait à avoir mal au
ventre. Elle ne savait pas comment le dire. A cause de la colère. Contre elle. Elle
sentait que le sol s’effondrait sous ses pieds. Elle ne pouvait pas le dire. Non
plus. La paralysie grandissait. Il ne s’en est pas rendu compte. Ça a continué.
2 commentaires:
(ay)
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